Dicen que para el usuario informático “el programa” es ante todo “la interface”. Creo que en gran medida eso es cierto. No es que no nos importe “el fondo del asunto”, es que en la mayoría de los casos este es tan complejo, técnico o especializado que, no alcanzando a comprenderlo en su globalidad, nos conformamos con que al menos su inevitable utilización no implique la inhabitabilidad de nuestro espacio cotidiano.
Es decir, ya no nos importan tanto las consecuencias que sobre el devenir de “la empresa, comunidad, organización” pueda tener la introducción de nuevos programas o sistemas tecnológicos, nos importa fundamentalmente que estos no nos compliquen demasiado la vida. De hecho casi siempre se nos “venden” como facilitadores de nuestra rutina laboral, aunque en no pocos casos no solo es lo contrario sino que además enmascaran un aumento de las tareas para amortizar puestos de trabajo o responder a otros intereses más o menos ocultos y/o partidistas.
Quiero decir con todo esto algo que poco tiene que ver con la informática, tiene que ver con la “interface”, con la manera en la que se disfraza la realidad para inducirnos a una percepción de la misma predeterminada y condicionadamente interactiva. Y de esto saben mucho los especialistas de las neurociencias y de las escuelas analíticas de lo psicológico y lo social. (Recuerdo que hace algunos años se legisló para prohibir la utilización publicitaria de ciertos recursos estructurales del “análisis transaccional”).
Personalmente tengo que reconocer que predomina en mí la perplejidad. Si me resulta difícil transitar por el aluvión de intereses e información médica para posicionarme con un mínimo de certezas, cómo voy a poder hacerlo fácilmente frente a asuntos tales como “la crisis”, “la globalización”, “las nuevas tecnologías”, “la construcción Europea”, etc., etc.
En este sentido, el de la forma en la que se nos presenta la realidad y se nos permite interactuar con ella, creo que la única herramienta que puede garantizar hoy por hoy la libertad o, al menos, “cierta libertad” es internet. Con todos los consabidos peligros y consecuencias que la utilización de la libertad conlleva. En el peor de los casos ofrece, al menos, innumerables caminos para transitar en ambos sentidos a aquellos que buscan respuestas para las dudas, para sus dudas.
Espero, ciertamente con poca convicción, que los intereses de unos u otros no acaben sometiendo a este espacio invisible. Mientras tanto, nuevos términos como “comunidad consciente”, “consciencia emergente”, “comunidad de valor”, “salvar el espectáculo” o estos correos como “Fórum social” parecen alimentar en mí la esperanza de que otro mundo es posible, que otros trabajan en esa misma certeza y de que al otro lado de la pantalla siempre habrá alguien que se acuerde de mí para recordármelo.
Gracias.
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