21 de septiembre de 2020

OLEAJE ESMERILADO DE AUSENCIAS









"De lona y níquel, peces de las nubes,
bajan al mar periódicos y cartas.
(Los carteros no creen en las sirenas
ni en el vals de las olas, sí en la muerte.
Y aún hay calvas marchitas a la luna
y llorosos cabellos en los libros.
Un polisón de nieve, blanqueando
las sombras, se suicida en los jardines.
¿Qué será de mi alma, que hace tiempo
bate el récord continuo de la ausencia?
¿Qué de mi corazón, que ya ni brinca,
picado ante el azar y el accidente?
Exploradme los ojos, y, perdidos,
os herirán las ansias de los náufragos,
la balumba de nortes ya difuntos,
el solo bamboleo de los mares.
Cascos de chispa y pólvora, jinetes
sin alma y sin montura entre los trigos;
basílicas de escombros, levantadas
trombas de fuego, sangre, cal, ceniza.
Pero también, un sol en cada brazo,
el alba aviadora, pez de oro,
sobre la frente un número, una letra,
y en el pico una carta azul, sin sello.
Nuncio -la voz, eléctrica, y la cola-
del aceleramiento de los astros,
del confín del amor, del estampido
de la rosa mecánica del mundo.
Sabed de mí, que dije por teléfono
mi madrigal dinámico a los hombres:
¿Quién eres tú, de acero, estaño y plomo?
-Un relámpago más, la nueva vida."

Rafael Alberti
Pamplinas









"Me agarro al cabo con fuerza intentando mantener el equilibrio mientras la embarcación salta como un caballo salvaje. La costa se pierde a lo lejos en el horizonte tras cada ola y la corriente y el viento nos alejan del punto de amarre. La respiración y los latidos se vuelven audibles atenuando el ruido del viento sobre la cara. Mascarilla, aletas, botella abierta, … Entonces, antes de saltar al agua, intento detener el tiempo unos instantes, respirar profundo con el abdomen, tengo que ahorrar esfuerzo y aire. Se adivina un agua turbia y poca visibilidad, lo más seguro en estos casos, me digo, es desplazarse agarrado al cabo que rodea el exterior de la embarcación. Nuestro guía da las últimas instrucciones al grupo y designa a los compañeros, pero no se le oye con nitidez: "bajad despacio por el cabo y permaneced en el fondo hasta que estemos todos". Las olas escupen su espuma salada hasta la boca, nos miramos, ha llegado el momento. No, no hay miedo. Sé por experiencia que en estas condiciones la profundidad es el lugar más seguro. Además, el miedo es el peor compañero de inmersión, te hace consumir demasiado aire, cansarte, poner en peligro la vida de los demás y, en el mejor de los casos, impedirte disfrutar del placer que hay en esta experiencia casi sobrenatural de ingravidez y silencio. Es mi turno. Me arrojo al agua lanzándome de espaldas como quien se deja caer en un abismo, enseguida me dirijo a proa en busca del cabo de amarre. La visibilidad es escasa y al llegar encuentro a los demás apelotonados intentando mantenerse sujetos, entonces me alejo del peligro buscando la profundidad y allí espero, acunado por el mar de fondo, la llegada de mi compañero de inmersión. 

A muchos esta escena les parecerá angustiosa. Ya de por sí el miedo a no poder respirar lo es. Cosas del instinto. Cuando la naturaleza se muestra violenta se hace más evidente aún nuestra gran vulnerabilidad. Un medio adverso para el hombre capaz de activar los mecanismos de un estrés que es necesario controlar. La adrenalina disminuye nuestro campo visual, aumenta nuestro consumo de oxígeno, pone en marcha mecanismos endocrinos y metabólicos orientados a la huida o a la lucha y nos impide pensar con nitidez. Todo ello configura un panorama muy peligroso en el buceo. No dudo que también lo sea en otras situaciones. De alguna manera podríamos considerar que esta actividad representa un tipo de terapia conductual encaminada a entrenarse en la evitación o el control del miedo. Sus claves son: un adecuado conocimiento de la técnica y del medio, cierta experiencia y entrenamiento, la capacidad para abstraerse y concentrase de forma metódica en cada paso, ser riguroso con las reglas, vivir intensamente el momento presente y mantener una actitud placentera. Silencio, ingravidez, relajación, un paseo, entre seres asombrosos, en paisajes inverosímiles, dejándose llevar por las emociones hasta olvidar que se está buceando. Como un paseo en coche cuando la conciencia se traslada al paisaje. 

Os cuento todo esto por dos razones. Una es que la mampara de mi ducha imita un cristal empañado, lleno de gotas de agua. Al mirar a su través se produce un efecto lupa que amplifica y deforma la visión del cuarto de baño. Por alguna extraña razón mirando a través de una de ellas, hoy, me ha venido a la cabeza ese mismo efecto cuando se produce en las gafas de buceo y se me han disparado los recuerdos. La cabeza es así de caprichosa. 

La otra razón es que encuentro un cierto paralelismo entre el manejo del miedo en el buceo y su manejo en esta pertinaz pandemia, por un lado, y entre la deformidad que se provoca en la realidad cuando se observa a través de las gotas de agua y la que provocan los medios de comunicación. 

Que el 98 % de las personas con COVID-19 se curan por sí solas no lo digo yo, lo dice Larry Corey, máximo responsable de la investigación farmacológica contra el coronavirus en EEUU. Aunque aún es pronto para cotejar datos, sabemos que la gripe estacional afecta cada año entre un 10 % y un 20 % de la población mundial, causando alrededor de 3 a 5 millones de casos graves y entre 290.000 a 650.000 muertes en todo el mundo (datos de 2018). La fiabilidad de los datos está en consonancia con la fiabilidad de los políticos y los países, por lo que es muy difícil saber si alguna vez conoceremos la verdad de las cifras. No es lo mismo fallecer DE coronavirus que hacerlo CON coronavirus. La gripe estacional se acerca y el batiburrillo de virus y de complicaciones no hará sino evidenciar más aún las carencias que tenemos como país y cuyos responsables prefieren hacernos ver lo culpables que somos de que todo esto suceda mientras ellos velan por nuestra salud. Las noticias van dirigidas más a crear un estado de opinión propicio a la obediencia ciega que a informar con criterio. Hay que mantener suficiente cantidad de miedo circulando como para que nadie se salte las normas que cada minifundio va improvisando. Bajo el telón de fondo de la consabida economía, con su crisis, sus parados, sus inciertas y mal repartidas consecuencias, la realidad se deforma lo suficiente como para no ser reconocible. La mirada sigue estando dirigida a una vacuna milagrosa, cuando la evidencia demuestra que lo único que funciona contra este virus es la inmunidad. Mejorar la situación inmunológica de la población, más la de riesgo, debería de ser prioritario. El confinamiento es una medida política, el aislamiento respiratorio lo es médica. Encerrar a personas sanas no es sano, impedir que los niños jueguen juntos tampoco lo es. Prohibir a los ancianos ver a sus seres queridos y recibir el cariño de sus nietos se me antoja que tendrá un efecto pernicioso sobre sus vidas peor que el del mismo virus. 

El miedo a la enfermedad y a la muerte nos enferma y nos mata. Muchos sanitarios están de baja atenazados por el miedo incontrolable que sienten. Otros lo están porque el desprecio con el que han sido tratados a través de contratos y sueldos vergonzosos no les compensa del sacrificio personal que se les exige. Los intereses de esta hipoteca que representa el miedo son crecientes y nos despojan de lo esencialmente humano que hay en la cercanía de los demás, mientras el poder engorda su ego con la libertad que nos quita. 

Respiremos profundo, dejemos que el miedo se transforme en serenidad y prudencia, no en esclavitud. Ahuyentemos el temor a la enfermedad y a la muerte, cuidemos a los más débiles y vivamos sin perder de vista una obviedad esmerilada: que la constitución y las leyes están para servir al pueblo y no para servirse de él. No hay forma de desmontar ni la incertidumbre ni la perplejidad, lo sé, pero podemos respirar hondo, con el abdomen, serenarnos y vivir este tipo de esclavitud que nos imponen los poderosos sin gastar adrenalina. El estrés afecta negativamente a la inmunidad. Tomad vit. D y vit. C, a dosis farmacológicas, Mg., Selenio y Zinc, dormid bien, haced un poco de ejercicio de musculación y purificad vuestra vida buceando en un mar lleno de afectos y ternuras. Que nada nos distraiga del placer de estar vivos. Sin miedo."








31 de julio de 2020

DESEQUILIBRIOS INESTABLES





"Ocurrió que por entonces llevaba casi cinco años conviviendo con un millennial (veintidós años más joven que yo), y a veces me encantaba y otras me exasperaba la manera de vivir de mi pareja y sus amigos, así como la de otros millennials que había conocido y tratado tanto en persona como a través de las redes. En los últimos años había tuiteado mi diversión y frustración bajo la etiqueta «Generación Gallina». Mis comentarios, muy generales, reflexionaban sobre la sensibilidad a flor de piel de los millennials, su sensación de tener derecho a todo, su insistencia en tener siempre la razón a pesar de las en ocasiones abrumadoras pruebas en contra, su incapacidad para considerar las cosas en su contexto, su tendencia general a la reacción excesiva y al optimismo pasivo-agresivo… Por cierto, todas estas faltas se cometían solo a veces, no siempre, y posiblemente venían exacerbadas por los medicamentos que muchos de ellos llevaban tomando desde la infancia por iniciativa de unos papás y unas mamás hiperprotectores que controlaban todos sus movimientos. Estos padres, ya fueran los últimos representantes del baby boom o los primeros de la Generación X, ahora parecían estar rebelándose contra su propia rebeldía porque nunca se habían sentido queridos por sus egoístas y narcisistas padres, auténticos hijos de la explosión de natalidad, y en consecuencia sofocaban a sus retoños y no les enseñaban a enfrentarse a las dificultades de la vida, esas que derivan de cómo funcionan la cosas en realidad: a lo mejor no le gustas a la gente, quizá esta persona no te corresponda, los niños son crueles, el trabajo es una mierda, cuesta destacar en algo, tus días se compondrán de fracasos y decepciones, no tienes talento, la gente sufre, la gente envejece, la gente muere. Y la respuesta de la Generación Gallina consistía en caer en el sentimentalismo y crear discursos victimistas en lugar de lidiar con la fría realidad peleando, asimilándola y superándola, y estar mejor preparado para manejarse en un mundo a menudo hostil o indiferente, al que no le importa que existas."

Bret Easton Ellis 
Blanco (fragmento)









"
Acepto, sin por ello militar en ningún grupo afín, la máxima de que la cantidad de prohibiciones capaces de ahogar a un individuo o sociedad sin generar asfixia irreversible ha de guardar equilibrio con una mínima cantidad de libertad en la que estos puedan seguir reconociéndose. Algunas consideraciones introducen matices nada despreciables. Por ejemplo, cierto grado de inmadurez puede hacer menos tolerable la restricción de algunos movimientos –adolescencia, millennial,…-, o el miedo a provocar daños a los seres queridos puede hacernos más capaces de tolerarlos. Ya sabemos por reiterado que la tendencia del poder de turno a autoproclamarse salvador de todos, especialmente en momentos trascendentes, le hace proclive a dotarse de una autoridad con vocación de incontestable, maximizando sus argumentos hasta los límites de la misma supervivencia de todos. La clarividencia oficial es un valor tan publicitado como inexistente. Bien es cierto que hoy en día, por mor de los medios y la tecnología, la facilidad de los responsables de turno para definir la realidad a su antojo es inmensa y puede conducirnos hasta la paranoia sin solución de continuidad, haciéndonos claudicar de la necesaria militancia hacia nosotros mismos y nuestra cordura, y sin apenas margen para ejercitar ese escepticismo saludable que dosifica la versión oficial de la verdad. Eso que llamamos crítica constructiva. 








Y para no irme por las ramas de nuevo –difícil propósito-, os confieso que, en lo que a mí respecta, el límite de instrucciones limitadoras está siendo propasado en exceso y sin el debido correlato de rectitud y cordura exigibles, hasta provocarme un conflicto de incompatibilidad entre ciertas funciones básicas que regulan la salud misma. Puntualizaré que, a mi modo de ver, resulta más que evidente que la muerte de los ciudadanos no es prioritaria para los legisladores, lo es el no colapsar el sistema sanitario y funerario. Sistemas claramente cuestionables desde el momento en que su organización depende y ha dependido de la gestión de los servicios sociales básicos a cargo de los políticos de turno. Así mismo, tampoco me parece que consideren fundamental la adopción de medidas encaminadas a evitar el contagio. Al menos hasta ese punto en el que entran en conflicto con el turismo y su trascendente efecto sobre la economía. Razón por la que hemos pasado desde el confinamiento más absoluto hasta la libertad incondicional para que cualquiera pueda venir desde cualquier origen sin ningún tipo de precaución. Y sigo refiriéndome a cuestiones que dependen de intereses y estrategias políticas que en muchas ocasiones van más allá de lo nacional y cuyas consideraciones excluyen como prioritario, aunque nos lo vendan así, al bien común. Sobre la desconfianza que me provocan otras muchas verdades oficiales sobre ciertos aspectos técnicos propios de las ciencias de la salud no diré nada ahora. 

Está bien, voy al grano. Más como confesión que como recomendación, os comunico que para contrarrestar parcialmente los efectos erosivos de tantos despropósitos estúpidos sobre mi libertad, he resuelto iniciar una serie de acciones reequilibradoras. Primero he decidido volver a fumar –llevo veinticinco años sin hacerlo-, pero orientado hacia el consumo de marihuana medicinal. He decidido, así mismo, entregarme con absoluta promiscuidad a los besos en la boca, incluida la lengua y con tendencia disoluta. También incluiré el dióxido de cloro dentro de mis abluciones diarias, por más que la FDA y la OMS lo desaconsejen. Usaré una mascarilla no homologada, fabricada en Corea del Norte, hasta que se rompan las gomas y la desinfectaré repetidamente con exabruptos y mindfulness. Tatuaré en mi pecho una frase de Bukowski, por ejemplo: “Hicimos el amor en medio de la tristeza”. Iré a bucear entre pecios y náufragos y violaré las distancias mínimas de seguridad con mi compañero de inmersión, incluso compartiré mi regulador de emergencia con todo aquel que sienta el más mínimo ahogo emocional, sin dudarlo ni un instante. Miraré a los demás como si estuviésemos aún en la antigua realidad y mostraré mi sonrisa a mascarilla descubierta. Me apuntaré a cualquier botellón que tenga a bien organizarse en la arena o allí donde sea posible antes de que las multas ahoguen nuestra ansia de intemperie. Diré más palabrotas que mi abuelo: joder, hostias, mierda, cabrones,… 






La muerte está sobrevalorada, los virus también. Son el pretexto. El poder de los políticos encierra intereses particulares inconfesables y sus leyes obedecen a ese oculto montaje. Y si no me creen simplemente observen adónde van a ir a parar los millones que han prestado a este gobierno para que él lo gaste y nosotros lo devolvamos. 

Es momento de apagar el sonido y atender sólo a los hechos. Miseria, paro, miedo, desesperanza, sufrimiento para la mayoría, enriquecimiento para los mismos de siempre. Una espada de Damocles sobre la paz. Mucho desequilibrio inestable, insoportable, con un gran centro de gravedad y muy poca base. 

Quiero suponer.
"








Imágenes de URBANIST






22 de julio de 2020

CIENCIA & CONCIENCIA


Khalik Allah
















"


No suelo otorgar certidumbre a la realidad por mucho que se muestre evidente, incluso la muerte certificada es a veces pura apariencia. Con el transcurrir de los años se me ha revelado que casi todo lo esencial en el hombre es y se ubica en un espacio invisible. Terreno propicio para la duda donde apenas puede uno asomarse a través de la mirada.



"Por su aspecto, aseado, agradable, afable, nadie habría deducido que la mente de aquél hombre invidente se debatiera en tales dudas: '¿Cuánto tiempo para lavar el dolor, cuánta lluvia para olvidarlo? Quizá tan solo para hacerlo soportable'..."


En mi consulta presencio en numerosas ocasiones una clara polarización, casi un conflicto vital, entre la realidad que el paciente confiesa vivir en su interior, dominando todo su tiempo y esfuerzo, y la que muestra en su vida cotidiana. Desentrañar de manera científica las claves de tales conflictos es mi trabajo y en esa intangible cartografía construyo las redes argumentales del diagnóstico clínico y del tratamiento psiquiátrico. Sin embargo, he de reconocer que adentrarme en el área donde confluyen la invisibilidad y la invidencia representa para mí un desafío tan apasionante como desalentador. Explorar al otro a través de sus ojos es una herramienta que siempre me ha parecido imprescindible para acceder a su mundo emocional.





"... Exploradme los ojos, y, perdidos, 
os herirán las ansias de los náufragos, 
la balumba de nortes ya difuntos, 
el solo bamboleo de los mares..." 

Rafael Alberti
Pamplinas (fragmento)








¿Por qué no me amas? 


Hay una versión de la realidad insidiosa, pertinaz, fría, semejante al saldo de mi cuenta bancaria. Números subiendo y bajando sus cifras a través de la superficie dentada de la contabilidad bancaria, luchando por no ahogarse, como un náufrago emergiendo una y otra vez en la inmensidad de un océano inmisericorde. 

Realidad es una palabra que me parece presuntuosa, arrogante, que hace ostentación de una superioridad impostada. Como esta moda febril que padecemos con la palabra evidencia. Si aceptamos que pueda existir un conflicto de certezas con la apariencia de lo real o lo evidente, aceptemos como mucho mayor su expresión cuando nos situamos directamente en la incertidumbre. Creo que sería oportuno definir en el futuro, si no lo estuviese ya, un espacio donde poder incluir todo aquello que es capaz de compartir en igual medida los atributos de lo real y lo irreal, de lo evidente y lo oculto. Allí me ubico y allí ubico también, sirva de ejemplo, al desamor. 

Indagar sobre el amor es un esfuerzo intelectual y emocional que ya preveo tan sugerente como predestinado al fracaso. Pero hoy no tengo nada mejor que hacer. Entro en este incierto universo, pues, disculpándome de antemano, para buscar las razones por las que no me amas, aunque bien podría resolverlo simplemente eliminando aquellas que en su día justificaron tu amor, o preguntándote. Dudo que pueda ser sencillo en cualquier caso. Para empezar, sin aún tiempo para recapacitar, ya adivino dos atributos que surgen de la alternancia existente entre ambos mundos aparentemente excluyentes, amor y desamor. Una cinética propia de la obsolescencia, que se me antoja inevitable para el análisis, y una complementariedad de los opuestos, esa que tan determinante resulta a la hora de perfilar sus esencias. Así mismo, casi de forma obligada, aparecen dos componentes más: tiempo y movimiento. El amor transitaría a través de aquel, puede que dotándole de unas cualidades ajenas a las que le otorga la física pura, trazando una trayectoria que no escaparía a la tentación de ser analizada según sus leyes. Movimiento, en suma, uniforme o no, variable en su dirección, sentido y aceleración. 

Sin embargo, a poco que nos adentremos en las leyes del movimiento de Newton, enseguida comprobamos que el amor no parece ajustarse a todos los principios de la mecánica clásica. Bien es cierto, y en esas fórmulas podríamos entretenernos, que la primera ley, llamada de la inercia, y la segunda, sobre la relación entre fuerza y aceleración, el amor y el desamor podrían encontrar ciertos paralelismos. Sin embargo, la tercera ley, acción y reacción, parece evidente que no se cumple, por cuanto el amor no genera necesariamente respuesta en el otro. Salvo que, desmontando la premisa de que el amor y el desamor sean opuestos, los reconozcamos como extremos de un mismo parámetro, como pueda suceder con la temperatura, o, más aún, consideremos el proceso amoroso como un cambio de estado de una forma de energía bajo el influjo o la acción de otras. De esta manera desmontaríamos las consideraciones relativas a su obsolescencia, pero no a la complementariedad, al tiempo y al movimiento. Esta implicación conjunta de la física, la química y las matemáticas nos posiciona más cerca de la realidad y nos permite estudiar el proceso amoroso bajo el prisma de la termodinámica. 

Por supuesto que la naturaleza del amor parece abarcar mucho más de lo que pueden explicarnos las ciencias puras. La biología engloba complejos mecanismos, de distinta índole y los sincroniza para una función determinada, casi siempre relacionada con la supervivencia. Por eso no es de extrañar que la biofísica o la bioquímica en sí mismas no sean suficientes para explicar un mecanismo biológico tan complejo. Aunque explorarlas sí que puede aportarnos una perspectiva necesaria. 

Definir el amor como un proceso según el cual un tipo de energía potencial, presente en el individuo, es capaz de transformarse en energía cinética para desarrollar un trabajo, sea del tipo que sea, bajo el efecto de una fuente de energía externa, de la naturaleza que sea, es posible que resulte un planteamiento excesivamente prosaico, pero se ajusta perfectamente a la primera ley de la termodinámica, sin excluir, ya digo, cualquier consideración respecto a la naturaleza de dichas energías y demuestra que, tal y como postula este principio, la energía siempre se conserva (Q=∆U+L; donde Q = Calor entregado, ∆U = Variación de energía interna, L = Trabajo realizado). (¿Planteo la posibilidad de que el sistema amoroso pueda funcionar opcionalmente como un sistema termodinámico cerrado o abierto, adiabático o no?) Además, me parece fascinante poder sugerir que la cantidad de energía amorosa del universo ha de mantenerse siempre constante, al margen de las variaciones que en un sentido u otro puedan acaecer en los sistemas aislados. Pero cumplir esta primera ley es insuficiente para determinar si el proceso puede ocurrir o no. Conceptualmente, y sin entrar en mucho detalle, la segunda ley de la termodinámica resulta mucho más elocuente por cuanto establece si la reacción (amorosa) es espontánea o no en función del grado de degradación de la energía que se produce en dicha reacción (entropía) y del calor liberado o absorbido a presión constante (entalpía), tal como queda reflejado en la fórmula de la variación de energía libre de Gibbs: ∆G=∆H-T∆S, donde G = Gibbs, H = entropía, T = temperatura, S = entalpía. Ya sé que parece complejo, pero un pequeño esfuerzo por comprenderlo puede ser necesario si queremos responder a la cuestión de si el amor o el desamor se producen de manera espontánea o no y en función de qué circunstancias. Observo cómo se van deslizando con cierta sutileza en el análisis parámetros como la temperatura, el volumen y la presión y ello me obliga, antes de hacer un inciso sobre las leyes de los gases ideales, a explorar el posible paralelismo entre estos y una supuesta naturaleza gaseosa del proceso amoroso. 

Para los estudiosos de las ciencias puras toda esta elucubración podría resultar excesivamente simplista, si no francamente tediosa. Lo comprendo. Para quienes se dedican al amor y sus planetas desde todos los prismas del poliédrico humanismo, un despropósito carente de fundamento. Pero creo que hay espacio suficiente para elucubrar desde los límites de la propia capacidad, con cierta rectitud, sin menospreciar a ningún otro planteamiento. Estoy seguro, esto me anima, que cualquier biofísico haría un ejercicio de reduccionismo máximo sin faltar a la verdad al afirmar que todo lo relativo al universo amoroso es fruto del transitar de los electrones, oxidación-reducción, pura electricidad. Pero aún falta mucho para llegar a este punto. 


(Fin de la primera parte)


















"El ha venido a buscarte y está aquí,
canción que te llama y quiere que vuelvas,
canción de dicha y de pesar
a partes iguales, promesa
hecha canción, promesa
de que todo será, allá arriba, distinto
a la última vez...
Hubieras preferido seguir sintiendo nada,
vacío y silencio; la estancada paz
del mar más hondo,
al ruido y la carne de la superficie,
acostumbrada a estos pasillos pálidos y en sombras,
y al rey que pasa por tu lado
sin pronunciar palabra.
El otro es diferente
y casi lo recuerdas.
Dice que canta para ti
porque te ama,
no como eres ahora,
tan fría y diminuta: móvil
y a la vez quieta, como blanca cortina
o soplo en la corriente
de una ventana a medio abrir
junto a una silla donde nadie se sienta.
Te quiere "real",
un cuerpo opaco,
sentir cómo se espesa
(tronco de árbol o ancas)
y el golpe de la sangre tras los párpados
al cerrarlos
la llamarada solar...
sin tu presencia no podrá sentir
este amor suyo...
Mas la súbita revelación
de tu cuerpo enfriándose en la tierra
fue saber que le amas en cualquier lugar
hasta en este sitio sin memoria,
este reino del hambre.
Como una semilla roja en la mano
que olvidaste que aprietas,
llevas tu amor...
El necesita ver para creer
y está oscuro.
Atrás, atrás..., le susurras,
pero quiere que vuelvas
a alimentarlo, Eurídice,
puñado de tul, pequeña venda,
soplo de aire frío,
no se llamará Orfeo
tu libertad..." 

Margaret Atwood
Eurídice




Feliz verano 2020


30 de mayo de 2020

LIBERTAD OLVIDADA


"Un hombre pierde la libertad, o el amor, o la vida, qué más da. 
En la cantina aún quedan rincones donde ahogar la impotencia con un trago. 
Junto a otros. 
Al fondo suena la música… "








"
En ocasiones juego a imaginar. Hoy lo hago intentando ponerme en la piel de aquellos soldados en blanco y negro, trincheras invernales empapadas de barro, niebla y sangre, que muestran los reportajes de la gran guerra. Ganas de sufrir innecesariamente. Haber sobrevivido en unas condiciones inhabitables, hasta el punto de volverse irreconocible ante uno mismo, es una experiencia que adivino similar a la de haber sido violado, como si un enemigo te hubiese desgarrado para siempre en el espacio más íntimo y personal. El intenso frío que se cuela entre los huesos, el olor profundo y vomitivo de la suciedad y la sangre, propias y ajenas, el doloroso cansancio en la espalda y las rodillas, el atronador sobresalto de las detonaciones, la humedad en los pies y las manos, el hambre, la sed, los parásitos, insectos y ratas impertinentes, la punzada constante del miedo en el vientre, la imagen atroz e imborrable de los cuerpos desmembrados,… y la sensación de no ser ya uno mismo, de estar cediendo al horror de la violencia, de estar olvidando a ese otro que uno era, del motivo por el que se lucha o se evita la muerte. 

Hoy he visto un vídeo hecho por un aficionado desde una ventana. En él un anciano anda por la calle sin mascarilla e interpela con gran vehemencia a los vecinos como si se tratase de la voz de la conciencia: “Nada hay más valioso que la libertad – grita-, salid a la calle, no seáis prisioneros del miedo, no seáis cobardes. Yo participé en la gran guerra y… ¿sabéis cuántos murieron para defender nuestra libertad, esta que os están robando?” Me ha sobrecogido. 

Últimamente, antes de esta pandemia, insistentes anuncios de una empresa que vende sistemas de alarma se colaban por todas partes. En ellos se introducía de manera sutil el miedo a ser robado si no se disponía de él. Confieso que la exagerada cantidad de anuncios que había en todos los medios de comunicación me hizo pensar en lo inadecuado de este tipo de publicidad que incide, casi sin darnos cuenta, en las zonas más vulnerables de nuestro subconsciente, sembrando el miedo más allá de lo razonable. 

Algo similar observo ahora respecto de esta pandemia. Desde todas las esferas de poder se alimenta un miedo que nos tiene paralizados. Hemos perdido los derechos fundamentales, por los que tantos ofrecieron su vida, a manos de unos gobernantes que se adjudican ese privilegio precisamente argumentando salvarnos la nuestra. Prohibiciones, multas, controles, amenazas y un estado de opinión que paraliza a una sociedad ya de por sí bastante hipnotizada y pusilánime. El resultado, pérdida de la libertad, del trabajo, de la relación con los seres queridos, del bienestar, con una consecuencia previsible, el rescate por otros países a cambio de aceptar unas condiciones que nos harán aún más esclavos y pobres, la introducción de unos sistemas de control de la ciudadanía que amenazan su intimidad y libertad futuras, algo impensable tan solo hace unos meses. 

¿Era necesario? Pues el número de muertes que está originando esta pandemia, no sabemos si deliberada, es similar al que provoca la epidemia de gripe de otros años. Bien es cierto que su alta contagiosidad ha saturado en poco tiempo el sistema. Pero en ello hay también mucho de imprevisión, de negocio en la privatización, el dimensionado y la utilización de los recursos. Porque poner camas y comprar respiradores y mascarillas es algo que depende del mercado, del dinero y de la logística -penosa-, pero tener personal cualificado para atender adecuadamente a los pacientes no se improvisa, ni se resuelve con dinero de la noche a la mañana. Igual que el adecuado cuidado de la inmunidad de los más vulnerables. 

¿Cuántos muertos vale la libertad? Muchos de aquellos que conocieron la posguerra han fallecido solos en un país de chovinistas, desmembrado por un sistema político que genera innumerables sabandijas enfrentadas, y una sanidad y unos asilos sometidos a la disciplina de las multinacionales de fondos de inversión. Ausencia de una conciencia y horizonte comunes. 

Los países son esclavizados generando deudas impagables, los ciudadanos mediante el miedo. Los que dieron su vida antaño para conquistar nuestra libertad de hoy no se merecen tanta cobardía. 

Imagino una trinchera llena de soldados dispuestos a morir por defender la libertad...
"



17 de mayo de 2020

¿Y POR QUÉ NO? ¡VOLEMOS!



Thomas Hoepker




"No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.

"
Oliverio Girondo











"
Tantas veces
te imaginé al otro lado de la puerta
que al abrirla cada día
cuidaba de no tropezar contigo.

Tantas veces
me acerqué hasta la mirilla
creyendo que habías llamado
que pude llegar a verte.

Tantas veces
me dije que no me querías
para matarte y olvidarte
que se hizo evidente.

De alguna manera 
tu ausencia hoy ya no me inquieta
 a pesar de recordarte aún
tantas veces
"

Claudia Shöder (PS)













"
¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!

Por tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.

¿Quién me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?

¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!

"
F. García Lorca









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