31 de julio de 2020

DESEQUILIBRIOS INESTABLES





"Ocurrió que por entonces llevaba casi cinco años conviviendo con un millennial (veintidós años más joven que yo), y a veces me encantaba y otras me exasperaba la manera de vivir de mi pareja y sus amigos, así como la de otros millennials que había conocido y tratado tanto en persona como a través de las redes. En los últimos años había tuiteado mi diversión y frustración bajo la etiqueta «Generación Gallina». Mis comentarios, muy generales, reflexionaban sobre la sensibilidad a flor de piel de los millennials, su sensación de tener derecho a todo, su insistencia en tener siempre la razón a pesar de las en ocasiones abrumadoras pruebas en contra, su incapacidad para considerar las cosas en su contexto, su tendencia general a la reacción excesiva y al optimismo pasivo-agresivo… Por cierto, todas estas faltas se cometían solo a veces, no siempre, y posiblemente venían exacerbadas por los medicamentos que muchos de ellos llevaban tomando desde la infancia por iniciativa de unos papás y unas mamás hiperprotectores que controlaban todos sus movimientos. Estos padres, ya fueran los últimos representantes del baby boom o los primeros de la Generación X, ahora parecían estar rebelándose contra su propia rebeldía porque nunca se habían sentido queridos por sus egoístas y narcisistas padres, auténticos hijos de la explosión de natalidad, y en consecuencia sofocaban a sus retoños y no les enseñaban a enfrentarse a las dificultades de la vida, esas que derivan de cómo funcionan la cosas en realidad: a lo mejor no le gustas a la gente, quizá esta persona no te corresponda, los niños son crueles, el trabajo es una mierda, cuesta destacar en algo, tus días se compondrán de fracasos y decepciones, no tienes talento, la gente sufre, la gente envejece, la gente muere. Y la respuesta de la Generación Gallina consistía en caer en el sentimentalismo y crear discursos victimistas en lugar de lidiar con la fría realidad peleando, asimilándola y superándola, y estar mejor preparado para manejarse en un mundo a menudo hostil o indiferente, al que no le importa que existas."

Bret Easton Ellis 
Blanco (fragmento)









"
Acepto, sin por ello militar en ningún grupo afín, la máxima de que la cantidad de prohibiciones capaces de ahogar a un individuo o sociedad sin generar asfixia irreversible ha de guardar equilibrio con una mínima cantidad de libertad en la que estos puedan seguir reconociéndose. Algunas consideraciones introducen matices nada despreciables. Por ejemplo, cierto grado de inmadurez puede hacer menos tolerable la restricción de algunos movimientos –adolescencia, millennial,…-, o el miedo a provocar daños a los seres queridos puede hacernos más capaces de tolerarlos. Ya sabemos por reiterado que la tendencia del poder de turno a autoproclamarse salvador de todos, especialmente en momentos trascendentes, le hace proclive a dotarse de una autoridad con vocación de incontestable, maximizando sus argumentos hasta los límites de la misma supervivencia de todos. La clarividencia oficial es un valor tan publicitado como inexistente. Bien es cierto que hoy en día, por mor de los medios y la tecnología, la facilidad de los responsables de turno para definir la realidad a su antojo es inmensa y puede conducirnos hasta la paranoia sin solución de continuidad, haciéndonos claudicar de la necesaria militancia hacia nosotros mismos y nuestra cordura, y sin apenas margen para ejercitar ese escepticismo saludable que dosifica la versión oficial de la verdad. Eso que llamamos crítica constructiva. 








Y para no irme por las ramas de nuevo –difícil propósito-, os confieso que, en lo que a mí respecta, el límite de instrucciones limitadoras está siendo propasado en exceso y sin el debido correlato de rectitud y cordura exigibles, hasta provocarme un conflicto de incompatibilidad entre ciertas funciones básicas que regulan la salud misma. Puntualizaré que, a mi modo de ver, resulta más que evidente que la muerte de los ciudadanos no es prioritaria para los legisladores, lo es el no colapsar el sistema sanitario y funerario. Sistemas claramente cuestionables desde el momento en que su organización depende y ha dependido de la gestión de los servicios sociales básicos a cargo de los políticos de turno. Así mismo, tampoco me parece que consideren fundamental la adopción de medidas encaminadas a evitar el contagio. Al menos hasta ese punto en el que entran en conflicto con el turismo y su trascendente efecto sobre la economía. Razón por la que hemos pasado desde el confinamiento más absoluto hasta la libertad incondicional para que cualquiera pueda venir desde cualquier origen sin ningún tipo de precaución. Y sigo refiriéndome a cuestiones que dependen de intereses y estrategias políticas que en muchas ocasiones van más allá de lo nacional y cuyas consideraciones excluyen como prioritario, aunque nos lo vendan así, al bien común. Sobre la desconfianza que me provocan otras muchas verdades oficiales sobre ciertos aspectos técnicos propios de las ciencias de la salud no diré nada ahora. 

Está bien, voy al grano. Más como confesión que como recomendación, os comunico que para contrarrestar parcialmente los efectos erosivos de tantos despropósitos estúpidos sobre mi libertad, he resuelto iniciar una serie de acciones reequilibradoras. Primero he decidido volver a fumar –llevo veinticinco años sin hacerlo-, pero orientado hacia el consumo de marihuana medicinal. He decidido, así mismo, entregarme con absoluta promiscuidad a los besos en la boca, incluida la lengua y con tendencia disoluta. También incluiré el dióxido de cloro dentro de mis abluciones diarias, por más que la FDA y la OMS lo desaconsejen. Usaré una mascarilla no homologada, fabricada en Corea del Norte, hasta que se rompan las gomas y la desinfectaré repetidamente con exabruptos y mindfulness. Tatuaré en mi pecho una frase de Bukowski, por ejemplo: “Hicimos el amor en medio de la tristeza”. Iré a bucear entre pecios y náufragos y violaré las distancias mínimas de seguridad con mi compañero de inmersión, incluso compartiré mi regulador de emergencia con todo aquel que sienta el más mínimo ahogo emocional, sin dudarlo ni un instante. Miraré a los demás como si estuviésemos aún en la antigua realidad y mostraré mi sonrisa a mascarilla descubierta. Me apuntaré a cualquier botellón que tenga a bien organizarse en la arena o allí donde sea posible antes de que las multas ahoguen nuestra ansia de intemperie. Diré más palabrotas que mi abuelo: joder, hostias, mierda, cabrones,… 






La muerte está sobrevalorada, los virus también. Son el pretexto. El poder de los políticos encierra intereses particulares inconfesables y sus leyes obedecen a ese oculto montaje. Y si no me creen simplemente observen adónde van a ir a parar los millones que han prestado a este gobierno para que él lo gaste y nosotros lo devolvamos. 

Es momento de apagar el sonido y atender sólo a los hechos. Miseria, paro, miedo, desesperanza, sufrimiento para la mayoría, enriquecimiento para los mismos de siempre. Una espada de Damocles sobre la paz. Mucho desequilibrio inestable, insoportable, con un gran centro de gravedad y muy poca base. 

Quiero suponer.
"








Imágenes de URBANIST






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