Bret Easton Ellis
Blanco (fragmento)
"
Acepto, sin por ello militar en ningún grupo afín, la máxima de que la cantidad de prohibiciones capaces de ahogar a un individuo o sociedad sin generar asfixia irreversible ha de guardar equilibrio con una mínima cantidad de libertad en la que estos puedan seguir reconociéndose. Algunas consideraciones introducen matices nada despreciables. Por ejemplo, cierto grado de inmadurez puede hacer menos tolerable la restricción de algunos movimientos –adolescencia, millennial,…-, o el miedo a provocar daños a los seres queridos puede hacernos más capaces de tolerarlos. Ya sabemos por reiterado que la tendencia del poder de turno a autoproclamarse salvador de todos, especialmente en momentos trascendentes, le hace proclive a dotarse de una autoridad con vocación de incontestable, maximizando sus argumentos hasta los límites de la misma supervivencia de todos. La clarividencia oficial es un valor tan publicitado como inexistente. Bien es cierto que hoy en día, por mor de los medios y la tecnología, la facilidad de los responsables de turno para definir la realidad a su antojo es inmensa y puede conducirnos hasta la paranoia sin solución de continuidad, haciéndonos claudicar de la necesaria militancia hacia nosotros mismos y nuestra cordura, y sin apenas margen para ejercitar ese escepticismo saludable que dosifica la versión oficial de la verdad. Eso que llamamos crítica constructiva.
Y para no irme por las ramas de nuevo –difícil propósito-, os confieso que, en lo que a mí respecta, el límite de instrucciones limitadoras está siendo propasado en exceso y sin el debido correlato de rectitud y cordura exigibles, hasta provocarme un conflicto de incompatibilidad entre ciertas funciones básicas que regulan la salud misma. Puntualizaré que, a mi modo de ver, resulta más que evidente que la muerte de los ciudadanos no es prioritaria para los legisladores, lo es el no colapsar el sistema sanitario y funerario. Sistemas claramente cuestionables desde el momento en que su organización depende y ha dependido de la gestión de los servicios sociales básicos a cargo de los políticos de turno. Así mismo, tampoco me parece que consideren fundamental la adopción de medidas encaminadas a evitar el contagio. Al menos hasta ese punto en el que entran en conflicto con el turismo y su trascendente efecto sobre la economía. Razón por la que hemos pasado desde el confinamiento más absoluto hasta la libertad incondicional para que cualquiera pueda venir desde cualquier origen sin ningún tipo de precaución. Y sigo refiriéndome a cuestiones que dependen de intereses y estrategias políticas que en muchas ocasiones van más allá de lo nacional y cuyas consideraciones excluyen como prioritario, aunque nos lo vendan así, al bien común. Sobre la desconfianza que me provocan otras muchas verdades oficiales sobre ciertos aspectos técnicos propios de las ciencias de la salud no diré nada ahora.
Está bien, voy al grano. Más como confesión que como recomendación, os comunico que para contrarrestar parcialmente los efectos erosivos de tantos despropósitos estúpidos sobre mi libertad, he resuelto iniciar una serie de acciones reequilibradoras. Primero he decidido volver a fumar –llevo veinticinco años sin hacerlo-, pero orientado hacia el consumo de marihuana medicinal. He decidido, así mismo, entregarme con absoluta promiscuidad a los besos en la boca, incluida la lengua y con tendencia disoluta. También incluiré el dióxido de cloro dentro de mis abluciones diarias, por más que la FDA y la OMS lo desaconsejen. Usaré una mascarilla no homologada, fabricada en Corea del Norte, hasta que se rompan las gomas y la desinfectaré repetidamente con exabruptos y mindfulness. Tatuaré en mi pecho una frase de Bukowski, por ejemplo: “Hicimos el amor en medio de la tristeza”. Iré a bucear entre pecios y náufragos y violaré las distancias mínimas de seguridad con mi compañero de inmersión, incluso compartiré mi regulador de emergencia con todo aquel que sienta el más mínimo ahogo emocional, sin dudarlo ni un instante. Miraré a los demás como si estuviésemos aún en la antigua realidad y mostraré mi sonrisa a mascarilla descubierta. Me apuntaré a cualquier botellón que tenga a bien organizarse en la arena o allí donde sea posible antes de que las multas ahoguen nuestra ansia de intemperie. Diré más palabrotas que mi abuelo: joder, hostias, mierda, cabrones,…
La muerte está sobrevalorada, los virus también. Son el pretexto. El poder de los políticos encierra intereses particulares inconfesables y sus leyes obedecen a ese oculto montaje. Y si no me creen simplemente observen adónde van a ir a parar los millones que han prestado a este gobierno para que él lo gaste y nosotros lo devolvamos.
Es momento de apagar el sonido y atender sólo a los hechos. Miseria, paro, miedo, desesperanza, sufrimiento para la mayoría, enriquecimiento para los mismos de siempre. Una espada de Damocles sobre la paz. Mucho desequilibrio inestable, insoportable, con un gran centro de gravedad y muy poca base.
Quiero suponer.
"
Imágenes de URBANIST
No hay comentarios:
Publicar un comentario