Te confieso que me da mucha pereza opinar sobre un asunto tan complejo y de tan hondo calado intelectual y social y que, quizá por ello, es capaz de generar tan encontrados y emotivos puntos de vista. Sin embargo, por otro lado, me parece una oportunidad excepcional para poner a prueba nuestra capacidad para el diálogo y el entendimiento. Aunque sólo sea por esto último me voy a permitir el atrevimiento de compartir contigo mi humilde punto de vista.
Me parece que cuando se cuestiona el derecho de una niña a llevar velo en la escuela lo que se está planteando es un asunto con importantes connotaciones de tipo sociocultural y que bien podría exigir un previo trabajo de hermenéutica por parte de la ciencia antropológica. Claro que esto no serviría para aclarar y solucionar el problema de una forma rápida, aunque seguramente sí que serviría para hacerlo de una forma más eficaz y justa.
Por otro lado –y siempre en mi opinión-, en esta sociedad a la que inevitablemente pertenecemos y a tenor de lo vivido, los poderes que habitualmente toman las decisiones, con mayor o menor capacidad argumental, y que miden sus fuerzas en el escenario público, distan mucho de poseer la suficiente autoridad moral o la honestidad mínima necesaria que requiere el asunto como para suponerles capaces de una postura éticamente coherente. Y esto no es un intento de deslegitimación.
Por ello, prefiero y elijo eliminar de la disquisición los discursos más enconados y relacionados con la “alianza de civilizaciones”, “las legítimas creencias” o “los principios de las sociedades civilizadas” por cuanto propician de un extremo un buenismo superficial y paternalista y, del otro, la autoproclamación de una supuesta superioridad capaz de justificar los atropellos de sentido único. Ambas posturas obedecen a intereses que condicionan o limitan la posibilidad de sopesar argumentos con rigor. Y distraen de las cuestiones de fondo.
Prefiero centrarme, por lo tanto, en dos aspectos que considero esenciales en este asunto: el cultural y el ético.
Y quizá uno de los conceptos previos necesarios sea el de la identidad cultural. Esa representación que un grupo social da de sí mismo y de los otros a través de sus costumbres, tradiciones, producciones materiales, obras de arte, literatura, instituciones sociales y aún los objetos y mecanismos de la vida cotidiana que aseguran su mantenimiento y transmisión, y que supone una visión intelectual, derivada de las ciencias humanas, un vínculo entre las distintas dinámicas de representación e interpretación de la cultura.
En esa interpretación, me inclino por utilizar el sentido de la cultura como una mirada viva que ensancha el horizonte (Hugo Malherbe), la expresión de un punto de vista susceptible de ser confirmado o invalidado por otras versiones (Denis y Matas), un sistema activo de experiencias para la construcción de significados (Byram y Fleming). Es pues la cultura un ente observable y reconocible que nos permite actuar en ella y recrearla desde nuestro posicionamiento como individuos pertenecientes o adoptados por ella. Por eso los procesos de comunicación intercultural pueden ayudarnos a estabilizar la propia identidad (Jin y Cortazzi), un hecho especialmente importante en la edad escolar.
Te confieso que cuando oigo hablar de grupos sociales y de identidad el único recurso que encuentro para no caer en el abismo de los conceptos balísticos e inasibles es el de la comparación y el paralelismo con el cuerpo humano y su sistema inmune. Una identidad así mismo viva y cambiante pero sometida a unas leyes que limitan el cómo y el cuándo de ese cambio, con el fin de no poner en peligro la estabilidad y funcionamiento del sistema en su conjunto. En este sentido, si aceptamos que lo prioritario es mantener la coherencia, continuidad y salud del sistema social tal y como lo conocemos, fruto y resultado de la evolución de generaciones de antepasados, algún condicionamiento deberemos de establecer para que los cambios o flujos de identidad cultural con los que interrelacione no representen una amenaza ni un retroceso.
No se trata pues para mí de un simple juicio de valor o una comparación entre culturas más o menos distintas ni una formulación sobre su posible compatibilidad, es más bien una concepción de salud sociocultural en la que la oportunidad de cambio, cualitativa o cuantitativa, debe de regirse por unas normas de higiene social. Aquí compartir distintas identidades o mantenerlas aisladas tiene el mismo valor intrínseco. Por supuesto que la construcción de una trama socio-cultural integradora, resultado de una urdimbre de identidades y visiones del mundo que miren hacia una sociedad mejor es posible, deseable y necesaria, pero no a cualquier precio ni de cualquier manera.
Es evidente que de lo que se habla no es del derecho a utilizar un simple pañuelo en la cabeza y que aquí y ahora su auténtico significado dentro de nuestra identidad cultural es totalmente reprobable. Más aún, no me parece éticamente aceptable que un símbolo de sometimiento y esclavitud sea permitido en un escenario donde los jóvenes trabajan precisamente los valores y la educación que como personas y como ciudadanos deberán marcar su camino futuro. Hay otros, pero este es el que nosotros hemos elegido. La tolerancia como valor no queda así cuestionada.
Eso pienso.
Me parece que cuando se cuestiona el derecho de una niña a llevar velo en la escuela lo que se está planteando es un asunto con importantes connotaciones de tipo sociocultural y que bien podría exigir un previo trabajo de hermenéutica por parte de la ciencia antropológica. Claro que esto no serviría para aclarar y solucionar el problema de una forma rápida, aunque seguramente sí que serviría para hacerlo de una forma más eficaz y justa.
Por otro lado –y siempre en mi opinión-, en esta sociedad a la que inevitablemente pertenecemos y a tenor de lo vivido, los poderes que habitualmente toman las decisiones, con mayor o menor capacidad argumental, y que miden sus fuerzas en el escenario público, distan mucho de poseer la suficiente autoridad moral o la honestidad mínima necesaria que requiere el asunto como para suponerles capaces de una postura éticamente coherente. Y esto no es un intento de deslegitimación.
Por ello, prefiero y elijo eliminar de la disquisición los discursos más enconados y relacionados con la “alianza de civilizaciones”, “las legítimas creencias” o “los principios de las sociedades civilizadas” por cuanto propician de un extremo un buenismo superficial y paternalista y, del otro, la autoproclamación de una supuesta superioridad capaz de justificar los atropellos de sentido único. Ambas posturas obedecen a intereses que condicionan o limitan la posibilidad de sopesar argumentos con rigor. Y distraen de las cuestiones de fondo.
Prefiero centrarme, por lo tanto, en dos aspectos que considero esenciales en este asunto: el cultural y el ético.
Y quizá uno de los conceptos previos necesarios sea el de la identidad cultural. Esa representación que un grupo social da de sí mismo y de los otros a través de sus costumbres, tradiciones, producciones materiales, obras de arte, literatura, instituciones sociales y aún los objetos y mecanismos de la vida cotidiana que aseguran su mantenimiento y transmisión, y que supone una visión intelectual, derivada de las ciencias humanas, un vínculo entre las distintas dinámicas de representación e interpretación de la cultura.
En esa interpretación, me inclino por utilizar el sentido de la cultura como una mirada viva que ensancha el horizonte (Hugo Malherbe), la expresión de un punto de vista susceptible de ser confirmado o invalidado por otras versiones (Denis y Matas), un sistema activo de experiencias para la construcción de significados (Byram y Fleming). Es pues la cultura un ente observable y reconocible que nos permite actuar en ella y recrearla desde nuestro posicionamiento como individuos pertenecientes o adoptados por ella. Por eso los procesos de comunicación intercultural pueden ayudarnos a estabilizar la propia identidad (Jin y Cortazzi), un hecho especialmente importante en la edad escolar.
Te confieso que cuando oigo hablar de grupos sociales y de identidad el único recurso que encuentro para no caer en el abismo de los conceptos balísticos e inasibles es el de la comparación y el paralelismo con el cuerpo humano y su sistema inmune. Una identidad así mismo viva y cambiante pero sometida a unas leyes que limitan el cómo y el cuándo de ese cambio, con el fin de no poner en peligro la estabilidad y funcionamiento del sistema en su conjunto. En este sentido, si aceptamos que lo prioritario es mantener la coherencia, continuidad y salud del sistema social tal y como lo conocemos, fruto y resultado de la evolución de generaciones de antepasados, algún condicionamiento deberemos de establecer para que los cambios o flujos de identidad cultural con los que interrelacione no representen una amenaza ni un retroceso.
No se trata pues para mí de un simple juicio de valor o una comparación entre culturas más o menos distintas ni una formulación sobre su posible compatibilidad, es más bien una concepción de salud sociocultural en la que la oportunidad de cambio, cualitativa o cuantitativa, debe de regirse por unas normas de higiene social. Aquí compartir distintas identidades o mantenerlas aisladas tiene el mismo valor intrínseco. Por supuesto que la construcción de una trama socio-cultural integradora, resultado de una urdimbre de identidades y visiones del mundo que miren hacia una sociedad mejor es posible, deseable y necesaria, pero no a cualquier precio ni de cualquier manera.
Es evidente que de lo que se habla no es del derecho a utilizar un simple pañuelo en la cabeza y que aquí y ahora su auténtico significado dentro de nuestra identidad cultural es totalmente reprobable. Más aún, no me parece éticamente aceptable que un símbolo de sometimiento y esclavitud sea permitido en un escenario donde los jóvenes trabajan precisamente los valores y la educación que como personas y como ciudadanos deberán marcar su camino futuro. Hay otros, pero este es el que nosotros hemos elegido. La tolerancia como valor no queda así cuestionada.
Eso pienso.
7 comentarios:
A mí me parece todavía menos ético cargar sobre las espaldas de una adolescente el terrible peso de las desigualdades de la cultura a la que pertenece y del choque de culturas a golpe de normativa, como si la niña hubiese cometido algún acto deplorable. La educación en valores no funciona asimilando, sino integrando. Quizá si le hubiesen dejado seguir creciendo y evolucionando, la niña hubiese terminado arrinconando su pañuelo y eligiendo una vida más libre y no sometida. O no, que también estaría en su derecho. Pero eso seguramente ya nunca lo sabremos porque la han convertido en arma sin su consentimiento. La tolerancia solo es real cuando todos ceden un poquito y no, como casi siempre, la minoría. Annnsines lo veo yo. Un beso
Magnífico tu comentario, Jezabel, por su fuerza, naturalidad y espontaneidad. Si yo tuviera la autoridad necesaria, diría que tus palabras ratifican las mías, pero no es el caso. Cada uno utiliza la herramienta que conoce, de ahí la famosa frase “quien sólo sabe usar el martillo lo resuelve todo a martillazos” y yo reconozco mi falta de habilidad y versatilidad en esto de las herramientas. Por eso le doy tanta importancia a la enseñanza en la escuela y critico tanto a los medios de comunicación. El velo tapa algo más que la cabeza.
Mi admiración y respeto. Muchas gracias.
Es un tema muy peliagudo el que nos planteas, Javier:
Es curioso cómo un pequeño complemento que muchas mujeres utilizan para adornar sus cuellos puede, en un uso "diferente" en otras, generar tanta polémica. Porque efectívamente, no se trata sólo de un pañuelo en la cabeza. Pero con todo esto yo me planteo muchas cuestiones:
¿Cubrirse el cabello es verdaderamente un símbolo de opresión hacia las mujeres? ¿Coharta realmente la libertad de elección de las mismas en otros aspectos?
¿Alguien que lleve un rosario en el cuello está sometido a la religión cristiana?
¿Es esa libertad de la que tanto alardean los países democráticos una libertad en toda regla, cuando a una niña de 15 años se la niega la educación por las circunstancias que debatimos?
¿Dónde establecer los límites, pues? Porque si se permite el pañuelo en la cabeza, siempre habrá quienes enarbolen el burka como derecho legítimo de elección en una "buena mujer musulmana"...
Y luego están los comentarios de la gente de a pie que escucho en los medios de comunicación:
"Pues si nosotros tenemos que usar pañuelo en sus países, que ellos lo dejen de usar cuando vienen a España, que se acoplen a lo que hay, y si no que no vengan..."
Me chirrian los tímpanos cada vez que oigo cosas semejantes... ¿Libertad? ¿Integración? ¿Tolerancia? A mí me suena a integrismo, más bien...
En fin, Javier, siento no ser clara en este asunto, pero es que no puedo decantarme por el momento, porque como ya te digo, tengo infinitas dudas al respecto, y no me importa mostrarlas.
Muy buenos tus argumentos y el comentario de Jezabel.
Besos.
Vale, ahora sí lo veo.
Los duendes rondan en mi ordenador...
;)
Fíjate, a mi lo que me preocupa es si esta chica o cualquier otra de su religión, es libre de llevar o no llevar el pañuelo, si puede elegir incluso su religión y su modo de vida. No me gustan las culturas donde no hay ni un mínimo de libertad. Efectivamente, no es un simple pañuelo en la cabeza, en todo mucho más complicado como para hacer sentencia así porque sí. Además, dependiendo del punto de vista desde el que quieras mirar, tendrás quizás opiniones diferentes.
Mira, me iba a ir y he tenido que quedarme a leerte esto, jajaja
Besos
Lala
Difícil tema, ya que aunque todos sabemos lo que significa este pañuelo ¿Quién no se ha puesto un pañuelo alguna vez? Para mí, es un complemento casi imprescindible, me acompaña casi todo el año en mi cuello, no lo utilizo en la cabeza porque no me gusta cubrírmela.
Hubo una época en que las mujeres se ponían un pañuelo sobre su cabeza, cuando iban en moto, o en coche descubierto, y quedaba muy atractivo.
Otra cuestión para mí es la libertad, el que quiera ponerse el pañuelo libremente que se lo ponga, lo que parece, es que en este caso no se trata de elegir libremente, y esto es lo que había que explicarle a esta pequeña, que seguro no está pasando por el mejor momento, aunque es posible que esta situación le lleven a hacerse algunas preguntas, ojalá tenga la suerte de tener respuestas que le den luz.
No estoy de acuerdo en el pañuelo con su connotación, Sometimiento. ¿Lleva esta joven el pañuelo porque quiere, como un adorno? O acostumbrada a ver a las mujeres de su familia, por motivos culturales, (sometimiento) sometida y dominador.
¿Ha hablado alguien fuera del entorno familiar con esta adolescente? Tema de vital importancia para los educadores. Siempre temas de gran valía Javier. Gracias. Nube
Buenas noches a todos. Simplemente queria hacerles saber lo feliz que me hace ver aun a gente tolerante. Creo que es la primera vez que veo gente no musulmana hablar con tanta educacion acerca de un tema, a mi parecer, muy dificil de entender en Occidente. Ni un solo insulto. Me teneis asombrada :)
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