LA GENTE QUE HABLA DE LA GENTE

La gente. Posiblemente una conceptualización tan innecesaria como errónea. Esa innumerable cantidad de seres desconocidos que llenan los días y los espacios marginales sin más mérito que el de estar allí, en el anonimato de la más desfigurada distancia. Vidas muchas veces inverosímiles, generalmente insospechadas, prescindibles, orbitales, que aparecen y desaparecen cíclicamente, a caballo entre generaciones y generaciones de otras similares gentes, igualmente anónimas y distantes. Posibles referentes abstractos para ese ensayo argumental que es el vivir, sin más. Nosotros, en cambio, cada uno de nosotros, nos descubrimos permanentemente tan precisos, corpóreos y presentes que difícilmente podríamos ser otra cosa que el centro de ese único universo propio que percibimos, yo. 

Más ficción aun. Si en un futuro lejano, archivados ya en el imaginario estante de los dinosaurios, otro tipo de inteligencia hurgase en esta curiosa especie que somos, que fuimos, no podría dilucidar en ausencia de restos arqueológicos puntuales otro concepto referencial más oportuno que el de “gente”. Aquella gente tal o aquella gente cual. Porque sin una precisa y específica apariencia que aspire a biografía, sin una mirada individual y un rostro irrepetible que hable, no somos otra cosa más que eso, gente. 

Por esta razón, quiero ver en el trabajo del fotógrafo Jock McDonald algo más que una serie de fotografías de caras variadas. Su habilidad para mostrar imágenes del rostro humano, con esa carga expresiva que resulta tan seductoramente mágica como bella, me parece el legado imprescindible para un futuro impensable, un testimonio que pudiera ser necesario para constatar la evidencia de que fuimos más un universo de soles que una especie de gentes, el rescate de una individualidad irreemplazable. También ahora. 

Propongo que en futuras sondas espaciales se incluya este trabajo que os presento, como un homenaje y como un antídoto.