29 de abril de 2011

SOBRE LA INNECESARIEDAD

“Ando perdido desde que empecé a tener uso de razón -me dijo.
¿Es un hecho contrastado? -le pregunté.

No -me respondió- es un estado de ánimo.”



tothzsu




“¿Usted se pregunta qué es lo que hago? Bien, lo que hago de verdad.
Parece que los días amanecen, el sol brilla, las tardes les suceden, y después duermo. Lo que he hecho, lo que hago, lo que voy a hacer, quedarme confuso y desconcertado. ¿Alguna vez ha sido usted una hoja y ha caído de su árbol en otoño y ha quedado realmente perplejo por ello?
Este es el sentimiento.”



“You wonder what I am doing? Well, so do I, in truth. Days seem to dawn, suns to shine, evenings to follow, and then I sleep. What I have done, what I am doing, what I am going to do, puzzle and bewilder me. Have you ever been a leaf and fallen from your tree in autumn and been really puzzled about it? That’s the feeling.”

Carta de Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia,

a Eric Kennington (6 de mayo de 1935)






"Si las ideas pudieran ser consensuadas con la suficiente coherencia como para garantizar una elaboración racional en el diseño interpretativo de la historia, el hombre se desmontaría a sí mismo como individuo capacitado para la coherencia. Una especie de paradoja, como un oxímoron, “un instante eterno”, “un hombre coherente”, (contradictio in terminis). Sin embargo, no me cabe la menor duda de que cada acontecimiento de la historia obedece con infinita precisión a razones cabalmente irrefutables, tal y como sucede con las leyes que justifican la perfecta refracción de cada rayo de luz. Por eso a veces fantaseo con la innecesaria conveniencia de dejar la historia en manos de la física. 

En algunas historias -como bien apunta Rodrigo Fresán (Vida de santos-1993)- la geografía es el más accesorio de los ingredientes y la capacidad de orientación el más prescindible de todos los condimentos. Quizá por ello dedique este momento inicial a puntualizar el origen de una pequeña ficción que se me antoja tan tediosa como innecesaria. Fue a partir de unas notas manuscritas halladas en unas excavaciones en la región pampeana del Gran Chaco, cerca del caudaloso Pilcomayo, las cuales relatan un anodino e incompleto acontecimiento fechado sin mucha precisión durante el otoño del 1718. Ahí descubrí a estos dos personajes insignificantes, los hermanos Roca, Julio Alberto y Luis Santiago, quienes esforzados en el duro empeño del simple vivir como única condición, justificaron incomprensiblemente el interés del anónimo autor de dichas notas. El primero de los hermanos, según se deduce de tales documentos, era culto, inteligente y bueno, el segundo, generoso y ambos, trabajadores incansables. Pero lo que llamó realmente mi atención en aquel hallazgo fue el hermoso poema que sirve como desenlace al texto y que representa una especie de elegía o epitafio a la muerte de su padre. Es lo único que en rigor podría justificar si acaso una minúscula reseña de cuanto os narro. 

Comienza dicho texto con otro detalle prescindible: que ambos pagaron a plazos la lápida, como si con ello nos invitaran a suponerles una vida especialmente humilde. Y prosigue relatando a retazos lo que podríamos considerar el motivo que lo justifica, que Julio Alberto Roca, por lo que se ve, se comprometió a redactar un soneto para ser inmortalizado en la piedra que abrigaría a su padre en su último lecho y Luis Santiago a irlo grabando a medida que la inspiración de su hermano y su tiempo libre se lo permitiesen. Este compromiso, supongo que de una forma no tan elaborada, junto al encargo de plantar unas semillas que el padre guardaba como un tesoro, responde a lo que seguramente fueron sus últimos deseos y por ello consta la reseña del solemne juramento de ambos. 

Como es habitual cuando se vive en la rutina, los días transcurrían sin la menor sospecha sobre su perversa velocidad y así el soneto iba tomando forma sin prisa, modificándose una y otra vez, sin encontrar su esencia definitiva. Julio Alberto buscaba una excelencia en las palabras que reflejaran fielmente el hondo sentir de quienes lloraron aquella triste pérdida. El paso del tiempo -¡ah!, el tiempo- templaba la urgencia sin ceder al olvido. “…si tú me olvidas –poetiza Ángel González- quedaré muerto sin que nadie lo sepa…”. 

Me permito aquí otra consideración innecesaria: de haber leído a Flaubert, lo cual es cronológicamente imposible, habría podido seguir sus consejos y recurrir a la inspiración de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, Luis de Granada, Scupoli y otros más modernos como Monseñor Chaillot. Sin embargo, y aunque no se hace referencia explícita a ello, tras ver el resultado final de su trabajo no dudo de que buscase finalmente ayuda en Íñigo López de Mendoza, Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Calderón de la barca, Sor Juana o incluso en el mismísimo Cervantes. 

Pasaron meses, ya digo, y decenas de borradores antes de que del soneto emanara por fin con perfecta sensibilidad y ritmo la tierna añoranza y el sereno amor con el que cualquier buen corazón desearía de verdad recordar emocionado al ser más querido. Estaba casi acabado, y bien digo casi pues permanecía pendiente tan solo de la última palabra del último verso del último terceto, una metonimia para el endecasílabo final, lo cual, sin embargo, no fue impedimento para que Luis Santiago comenzara a cumplir su parte de la promesa sobre el granito labrándolo poco a poco, día a día, verso a verso. De la misma manera, colocó las semillas meticulosamente enterradas junto al destinatario de aquellas letras, tendidas a la espera de un final feliz. 

Casi una leyenda. Durante años los lugareños visitaron la lápida para disfrutar de la belleza del soneto inacabado y elucubrar sobre su posible final, durante muchos más años de los que se necesitan para olvidar una promesa. No se especifica cuánto, pero sí que un día por fin, después de un período tan impreciso como prolongado, cabizbajo, como abatido bajo el peso de una palabra, Julio Alberto apareció por el camino sin prisa. De haberlo presenciado, Germán Bleiberg le habría cantado aquel conocido poema: 

“… / Viene desnudo, pensativamente, / bajo el peso de una palabra / horadando su conciencia de lirio incesante, / el sueño que forja palabras verdaderas, / palabras perennes, / el sueño agobiado por una palabra / que nunca osó pronunciar, /…” 

Su hermano lo vio acercarse y lo reconoció llorando y pudo adivinar que había llegado el gran momento. ¡Mandrágora, es mandrágora!, le oyó gritar a lo lejos. Ambos se fundieron en un abrazo, satisfechos por poder cumplir al fin con aquel juramento, ambos acudieron ante aquella tumba, y ambos comprobaron con gran dolor el paso inmisericorde del tiempo más complejo, el de la ignorancia. Dice Kateb Yacine, en la voz de Mustafá: 

“… El tiempo era nuestra ignorancia / Delante de los que luchan / Un falso mundo se hunde / Ya están en otro lugar / Ya están en paz en la secreta morada / En donde todo el tiempo fue engullido / Como una piedra / Sin precio / Y sin mentira / Entre las hierbas del olvido.” 

Cubiertos por la espesa vegetación, entre varios fragmentos de granito en imposible equilibrio, como en un rompecabezas hecho de restos de un crucigrama, las palabras del poema se perdían cruzándose en varias direcciones como en una turbia y enmohecida pesadilla, apenas insinuando lo que antaño fuera belleza de hondo significado. 

Julio Alberto sacó un papel de su bolsillo y comenzó a leer el poema mientras en sus ojos las lágrimas desdibujaban las palabras y su voz rompía de emoción. Dicen, dice el relato, que al finalizar la lectura del soneto, aquella “mandrágora” final en su boca, junto a la otra de grandes raíces que cubría la tumba, la de aquellas semillas, fueron las causantes del trastorno profundo que enfermó para siempre el ánimo de ambos hermanos. Hasta acabar con ellos. Rememoro aquí a John Berger: “… se necesita algún tipo de locura para recobrar el equilibrio tras el naufragio. Yo, por ejemplo, creo que soy un perro”. 

Ya lo advertí, ¿alguien duda de lo innecesario de semejantes afanes? Este es el sentimiento."






Charles H. Ferguson, “científico político”, se propuso desenmascarar la verdad que se oculta en la historia que no conocemos, la que justifica este presente que tampoco desciframos. Un más que dudoso esfuerzo para la coherencia. Primero fue con “No end in Sight” (La guerra sin fin) y ahora lo hace con “Inside Job” (Un trabajo interno), óscar 2011 al mejor documental, que se estrena estos días en España y en la que aporta numerosas pruebas con las que, en la línea de Michael Moore, intenta desenmascarar los entresijos político-económicos de esta crisis financiera.

Esta es la innecesaria “No end in Sight”, sólo para valientes exploradores ociosos:



4 comentarios:

César dijo...

Meritoria labor la tuya, laboriosa e intelectual, para llenar este espacio de sabiduría y en donde asoma por veces la poesía cognoscitiva y en donde brilla por su ausencia la parcialidad y el forofismo. Un espacio para degustar despacio y sin prisas.

José Alfonso Romero P.Seguín dijo...

El calar del alma de las cosas en los tuétanos del alma, en ese misterio nos movemos. Y me pregunto, es acaso necesario ese supremo esfuerzo, no lo sé, entiendo que no, pero profundizando en la cuestión añado es de otro modo evitable, entiendo que tampoco. Luego que nos queda sino afirmar de él que amanece y se pone como el sol siguiendo criterios de razón que no atiende a razones, por la sencilla razón de que lo son por sí mismas, por la escueta verdad de que son tan necesarias que a menudo se nos antojan innecesarias.
La belleza de las palabras aquí vertidas no empaña la clarividencia de su contenido, exacto y perfecto como los mundos que hicieron enloquecer al filosofo de Elea.
Le llamamos a la innecesario cuando mejor carácter, genio o ingenio, cuando peor, manía, locura…Lo nombramos siempre bajo la premisa de lo extraño e inexplicable, y es que no aceptamos, no nos aceptamos, la explosiva emoción que nos embarga, nos preferimos por razones tan obvias que se me escapan, en la horizontal de ese ser forjado para ser descifrado en una mirada y en una palabra definido. Ese ser asequible y fiable al que confiar nuestro patrimonio y hasta nuestra valiosa vida de vestir, de armario. No deseamos reconocernos en las profundidades que nos asedian porque en ellas no hay posibilidad de reflejo, de la duplicidad como fondo y es que no hay espejo, que es tanto como afirmar que no hay tiempo, y sin tiempo como saber a qué hora comer, amar, dormir, también vivir y también vivir. Mejor quedarnos aquí demorarnos en este lugar reglado, este vivir bajo la égida de la norma, para ser normales y en esa atroz medida necesarios.
Magnífica entrada amigo, magnífica, tanto que invita a dejarse ir y regresar para siempre a los mudos de los innecesarios. Pero, de innecesario a innecesario, lo que más me emociona es comprobar las infinitas conexiones que se van abriendo entorno a las palabras.
Recibe un fraternal abrazo.

LaCuarent dijo...

Con la lectura he podido amigo, estupenda por su puesto reo con el documental me lo reservo para cuando tenga un poco más de tiempo
Te dejo mil besos

BEATRIZ dijo...

Lo innecesario, la pasión intensa por vivir algo que de pronto da un nuevo sentido a la vida, es algo al borde de la locura, el genio habla por medio de la pasión, pero con una determinación abasalladora, se impone de ser idea a ser realidad tangible, gracias a muchos genios que se han entregado a la pasión podemos disfrutar de grandes obras de arte, de inimaginables inventos de la ciencia.

Yo me siento afortunada de poder leer post como el tuyo F Javier, en verdad.
...

:) TE ABRAZO.
Agradezco tus palabras de hoy, lo que dijiste en Variaciones es realmente hermoso, me gustaría que fuera verdad.

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