23 de abril de 2013

DOGMAS Y ENIGMAS PARA COBARDES



“El relato es la huella que deja una deriva”
La Llave de los Campos 







En el afán por evitar la premeditación – intuyo- el escritor se desliza por el cuento, debe hacerlo, sin más certeza que la necesidad misma de desentrañar de cada instante el siguiente. 


Entiendo que bien podría aplicarse al arte en general o a la vida misma.









Andree Chedid
Enigma I

" Tropezándonos con los enigmas
De la aurora y las tinieblas
Del instante y el después

En el espanto o el ardor
Creamos obras
Labramos senderos
Inventamos fábulas
Gravamos máximas
Prescribimos dogmas
Engendramos mentiras o verdades

Víctimas o victimarios
Rozamos la trama del mundo

Mientras el hogar
Arde del otro lado del silencio
En el revés de las palabras
Y los pensamientos. "










"

Lo que voy a contarles ahora es la transcripción de una nota manuscrita que encontré hace quince años en una botella cerca de Kuredu, una isla del Índico, durante una inmersión en busca del tiburón martillo. Sé que algunas personas se divierten lanzando estas botellas y desde el principio sospeché que se trataba de un juego. Aún hoy sigo pensando que seguramente lo fuera. Sólo semanas después de mi regreso pude traducirla –estaba escrita en maldivo- y reparar en la remota posibilidad de que su autor pudiera haber requerido una contestación. De ser así, aprovecho desde aquí para ofrecerle humildemente mis disculpas: 










,, 



Debe de haber innumerables formas de naufragar, supongo, e infinitas islas donde quedar varado. A menudo juego a fantasear en vano sobre ello por ver si algún detalle surgido de la imaginación pudiera devolverme a la memoria ausente. De ella, a veces, surgiendo por la noche como imágenes imprecisas de una pesadilla, adivino poco más que las sombras aterradoras de un inmenso túnel negro habitado por un monstruo que sin apenas tiempo para reaccionar, mediante un golpe seco, frío, húmedo, intenso, se introduce por mi garganta hasta el lugar donde reside el aliento para, de inmediato, adueñarse de mi conciencia. Pero nunca estoy seguro de que todo esto no pertenezca realmente sino a uno de esos sueños que tanto y tantas veces me atormentan. No hay más detalles, ni recuerdo acontecimientos anteriores; ni siquiera tengo la más mínima idea de en qué isla me encuentro. Cierta noción del tiempo me acompaña, pero con la indefinición de quien despertando cada mañana sudoroso, tirado en la arena como la primera vez, no sabe, con seguridad, cuántas pudo haber antes. Así, conciliar el sueño es para mí un esfuerzo ingrato. 










La forma en la que un ser solitario y perdido resuelve la rutina diaria en una isla desierta es una extraña mezcla de acontecimientos que giran alrededor de una idea: ser rescatado. Sin embargo, con el tiempo, se van generando del simple hecho de sobrevivir una serie de actos encadenados, como el agua de una cascada, y que encierran un empeño oculto e inconfesable, mantener al espíritu entretenido lejos de la amenaza de una acuciante locura. Aún así, los sentimientos rechinan en ocasiones tanto como para exigir un esfuerzo por acallarlos; busco entonces complicidad, consuelo o hipnosis. Todo ello me va alejando casi inconscientemente del afán primordial de retomar otra vida y siento cómo el horizonte pierde su protagonismo de la misma manera que imagino apagarse la llama de una vela.









Cada instante sucede al siguiente sin más afán que el de sobrevivir a la dictadura, cada vez más acuciante, de los mismos pensamientos. Por eso, escribir en la arena se ha convertido en mi actividad preferida. Cualquier palabra que se me ocurre, cualquier frase o simplemente una queja, un deseo, como parte de un diálogo o como una misiva dirigida a ese horizonte indiferente, pasa a formar parte de mi diario. Una rutina a la que me he acostumbrado y que repito cada día antes de retomar la búsqueda de alguna señal en la lejanía. Después, cuando he acallado el hambre, observo cómo las letras que escribí han sido borradas parcialmente por las olas o cómo se resisten a desparecer bajo las huellas. Busco entonces en sus restos, con algo de temor y mucha curiosidad, alguna sílaba, palabra o dibujo que represente una señal, un presagio, una contestación a través de esta playa de papel plagada de signos. 











“Esta isla es mi fracaso –escribí un día- y un hombre debe disfrazar sus fracasos para hacerlos habitables. Así, cualquier observación que se ajuste a la nueva realidad, al nuevo argumento, adquirirá la condición de evidencia”. Y seguidamente, aquel día, me dediqué a buscar evidencias para corroborar que podría no estar en una isla, que podría no estar solo, que el fracaso podría no ser mío, sino de cuantos acontecimientos desconocidos habían conducido mi destino. 











Ha pasado algún tiempo, pero recuerdo claramente aquel otro día cuando volví y reparé en uno de aquellos innumerables artificios que habitualmente sobrevivían en la arena y pude adivinar una frase: “Es acaso un hombre cual realidad al argumento”. Me pareció una buena oportunidad para entretenerme. Esa "realidad que puede encerrar un argumento" representaba para mí un buen desafío. Lo repetía en mi pensamiento una y otra vez, un día y otro. La realidad que encierra un argumento, me dije, podría representar la única justificación válida de su veracidad, de su razón de ser. Pero, entonces, el hombre… ¿cuál podría ser ese testimonio cuya verdad estuviera en la esencia del hombre? Conforme iba tomando fuerza esta pregunta, crecía más en mí la idea de que ese hombre al que hacía referencia esta contestación señalaba con deliberada precisión a mi persona y que, más allá de una casualidad, alguna sabiduría desconocida quería mostrarme otra perspectiva de mi situación, un camino insospechado. Surgía la posibilidad, por primera vez para mí, de que mi presencia en esta isla no fuese simple azar sino la voluntad predeterminada para una justificación esencial que otorgase categoría de realidad a una razón desconocida. Una razón que daría sentido a todo y que yo debía descubrir. Y sospeché que pudiera encontrase delante de mí, que siempre hubiera estado allí, y ello me sedujo. La conciencia de estar dejándome llevar por una verdad inverosímil sucumbió entonces ante el desafío y me invadió un sentimiento desconocido de frescura, limpio como un profundo suspiro de aire fresco y sentí el renacer de la confianza en mi capacidad para desentrañar el enigma de mi desdicha. Fue entonces cuando, como una señal, vinieron a mis labios unos versos olvidados: 

“… 

Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas 
y de las resacas y de las corrientes: 
¡yo sé de la tarde, del alba exaltada como un pueblo de palomas, 
y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!...” 


Entonces cerré los ojos y pude dormir. 


"











Elizabeth Bishop 
Llueve hacia el amanecer

" La gran jaula de luz se ha roto en el aire, 
liberando, creo, más de un millón de pájaros 
cuyas salvajes sombras ascendientes no volverán, 
y todos los cables vienen cayendo. 
Ni jaulas, ni pájaros que asustan; la lluvia 
se hace ahora más ligera. Es pálido el rostro 
que desafió el enigma de su prisión 
y lo resolvió con un inesperado beso, 
cuyas pecosas e insospechadas manos encendieron. "










«
Ahora. Sabía que nada podía hacer salvo esperar. Ahora sabía que sólo le restaba mirar desde la distancia el transcurrir hacia lo inevitable, en la soledad de una certeza con sabor a fracaso, e ignorar al corazón impotente, abandonarlo al oleaje de un naufragio amargo. 




Y murmuró aquellos versos:

“… Vértigos de óxido,
Corazón, 
Anidan en tu mirada, 
Callan, 
Como suspiros contenidos 
Anhelando el reposo. 
Sea…” 



Dolorosa certidumbre saber que su lugar era simplemente estar ahí, inmóvil, esperando el momento de recoger sus restos cuando el mar de fondo de la desesperanza le devolviera a la orilla. ‘No te preocupes –le dijo- ya soy mayor’. 


Después se detuvo un buen rato frente al espejo reparando en su dimensión. Pero no como quien se observa, sino como quien intenta ver más allá de su propia imagen, ensimismada en esa frontera atemporal que tantas veces precede al vacío y donde uno cree poder desentrañar esas claves secretas que ahuyentan las incertidumbres. 

‘No te preocupes –asintió- ya soy mayor’. Le miró un instante, sonrió y se fue para siempre. 


Vio cómo se dirigía al desierto sin agua, cómo se adentraba en la selva sin más armas que sus manos. 

Sea.

»




















Las fotografías iniciales son de Stefano Bonazzi

El resto son imágenes de Philippe Halsman en colaboración con Salvador Dalí (1951)







7 comentarios:

BEATRIZ dijo...

Me dejas sorprendida FJavier, las citas y poemas son realmente bellos. Luego las imagenes impactan de entrada transportando a mundos independientes, separados.

Pero tus palabras van juntando esas esferas que se nos van creando en los pensamientos, las van amontonando como cuando se barre del piso algo regado, y las vas colocando en unidad.

Aunque creo que necesito volver a leer la narrativa, no me queda claro si es relato-cuento, o una experiencia real que has tenido, de cualquier forma, rica experiencia.

Un placer, como siempre.

José Alfonso Romero P.Seguín dijo...

La vida no es sino el decorado vital de un naufragio, de un extravío, de una ausencia siempre presente. La vida como la muerte no son principio ni fin de nada. Tránsito solo eso, mero tránsito de lo que creemos saber por que lo tocamos, vemos, saboreamos y olemos, a lo que ignoramos por esa misma razón.
Escribir es solo dejar constancia par sí y para los demás, en la medida en que son nosotros, de que estamos allí o aquí, o de paso, o sentados, o tumbados, o vivos o muertos.
Qué estamos, que hermoso presagio, se me antoja a día de hoy y después de leer tu entrada que no hay detrás ni delante de él otra verdad que esa la de llegar a tener la certeza de que estamos. Incluso de que hemos estado. Es más, me conformo con intuir que es posible que estuviese. En ese esfuerzo escribir no es sino la ráfaga de luz de un lejano faro. Dice el protagonista del relato que escribe en la arena de la playa, para buscar luego en el juego de las olas y las lunas fragmentos que le den la clave…
La belleza amigo es tu pasión y en esa media me apasionas, a la par que me aprisionas, siete mi corazón acelerado como el de un petirrojo atrapado en el puño cerrado de un niño.
Gracias amigo por tu contribución a la tarea de saber que si no hemos estado al menos hemos sabido soñarlo con cierto aseo y dignidad.
Recibe un fraternal abrazo.

Anónimo dijo...

Escribir en la arena de la playa, cerca de las olas, instantes, pensamientos que serán borrados por ellas, como la vida misma, un minuto de gloria, que viene y se va precipitadamente. Es bello vivir un momento, vivir con esperanza, es duro vivir en miseria, sin futuro. La poesía saca ese lado de ahelo de nuestro corazón, aunque el otro lado se mas real e iriente. Bellos poemas Javier, palpitan desde el papel. Imagenes creadas por la retina de un fotógrafo que no son cotidianas, es mas atractivo el misterio de lo que no se ve, de lo que te hace salirte del mundo, para luego volver.
Un abrazo.
María de la Cal

Anónimo dijo...

Javier rectifico la errata: "La poesía saca ese lado de anhelo de nuestro corazón, aunque el otro lado sea mas real e hiriente"
Disculpas.
Un abrazo.
María de la Cal.

César dijo...

Poco podré aportar después de los comentarios y a la vista del hermoso relato. Únicamente felicitar al náufrago ya que ha conseguido que alguien lo lea y por el silencio de su soledad; es más llevadera que la soledad del bullicio. Y felicitarte por permitir que al fin todos reconozcamos en él a un escritor que demanda a gritos ser rescatado.
Bellas imágenes, bellos textos. Bellos comentarios.

Jezabel dijo...

En una orilla, un mundo repleto de neuróticos ahogados en sí mismos y en la otra, un náufrago que trata de salvarse de sí mismo abriéndose al mundo. Paradojas.

Un beso gordo.

LaCuarent dijo...

Siempre que vengo a verte me quedo sin palabras o en el peor de los casos sin batería hoy lo has vuelto a lograr no se que decir ante tal despliegue...
Asi que por lo menos te dejo besos

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