21 de agosto de 2009

LA MUERTE QUE NOS VIOLENTA

Periódicamente, con descarnado sentido del deber, parece que los medios de comunicación necesiten recordarnos lo cerca que vive la muerte. Aniversario, suceso inevitable, madre naturaleza, terrible coincidencia,… No importa cómo se llame la puerta de entrada, la razón que lo haga rentable, inevitable o conveniente, los que hemos nacido para vivir tenemos que sufrir el dolor de esta enfermedad inevitable que es la muerte de los demás, la muerte del ser querido o de aquel que al morir se revela como imprescindible para continuar viviendo.

La muerte siempre es actualidad y en algunas ocasiones como esta, más. Por eso, en su inevitable presencia, quiero rendir aquí un homenaje al dolor que causa, a esos sentimientos que parecen residir en algún lugar del corazón destinado solo para ella y aportar un bálsamo que alivie a la manera de las lágrimas, un poco de consuelo frente a tanta desesperanza.


ELEGÍA


(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería).


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

10 de enero de 1936


Miguel Hernández

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