Orfeo, el hijo del dios Apolo y la musa Calíope, el heredero del don de la música y la poesía, el que es capaz de hacer llorar a los dioses y ablandar el corazón de los demonios, el que conmovió a la reina Perséfone con su pena, el que se atrevió a bajar hasta el inframundo para recuperar a su enamorada, el desesperado y desolado impaciente, a su adorada esposa, muerta por el letal veneno de la serpiente. A Eurídice, la seductora y sonriente ninfa, la de la mirada brillante y transparente, la de la belleza cautivadora, la rescatada en vano para el mundo de los vivos, la eternamente llamada, la evanescente, la recordada, la causa de la tragedia griega.
Los infiernos ya no oyen, nadie se conmueve.
Cecilia Bártoli lo sabe.
Los infiernos ya no oyen, nadie se conmueve.
Cecilia Bártoli lo sabe.
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