Procuro encontrar un hueco para visitar, aunque solo sea por un momento, a todos los que con su generosa cercanía llenan este espacio de calor humano. Eso nunca ha sido posible con María de la Cal a quien desde hace tiempo debo un especial agradecimiento por su cordial compañía, tan entrañable y afectuosa. Es por esta razón por lo que he decidido dedicarle hoy esta entrada.
El texto procede del talento creador de Mauricio Wiesenthal (I’m the son of the dream) y las fotografías de la mágica mirada de Irene Becker. Con ellos, querida María, quiero coger su mano por un momento para pasar nuestros dedos juntos, suavemente, por la esperanzadora nostalgia de unas pieles negras, de unos seres que nos miran anhelando ese universo blanco que casi habíamos olvidado que éramos. Y poner en evidencia que al fin ese tacto es tan suave como el de la inocencia y tan reconfortante como la esperanza misma. Gracias.
Siento aún esperanza y fe cuando los emigrantes africanos, latinoamericanos o asiáticos llegan hoy a nuestra vieja Europa pensando que aquí hemos guardado el espíritu de la libertad. La doctrina capitalista, que tiene un concepto ruin del ser humano, está convencida de que estos muchachos –a veces niños- vienen al primer mundo buscando sólo el paraíso material del dinero. Pero tengo razones para pensar que muchos de ellos vienen a buscar en Europa algo más serio, verdadero y profundo: un mundo que ha cometido todos los errores y crímenes imaginables pero que también ha dado mujeres y hombres que han trabajado por preservar la dignidad y los derechos de nuestra especie; un mundo donde se ha luchado y hay quien lucha, todavía, por la libertad, la justicia, la fe y la cultura.
Estos jóvenes nos traen la memoria de los atardeceres en los grandes lagos, el griterío alegre de los niños de Ecuador que se hacen balsas con la madera de los árboles de sus bosques, el terror de los mares que atravesaron en frágiles embarcaciones… Y les vemos adentrarse en los suburbios de nuestras ciudades, en los túneles del metro donde pasan continuamente trenes que los llevan a ninguna parte, en las calles donde se encienden las luces de neón que anuncian tantas cosas inútiles para quien creyó que, en nuestros mercados, se vendían la sabiduría y la libertad.
Ahora ciertos políticos se lamentan de que algunos de estos muchachos protagonicen escenas de indignación y violencia. ¿Quién ha intentado explicarles que en la memoria de Europa existe también una fe, una filosofía para darle sentido a la vida, una forma de organizar la democracia, una voluntad de progresar indagando? ¿Quién se ha preocupado de explicarles lo que representa nuestra Plaza Mayor –el lugar que muchos de ellos eligieron como mercado para vender pañuelos de marcas falsas sobre una manta- y enseñarles que su instinto no les ha traicionado cuando buscaban el zoco de nuestra cultura? ¿Pero quién les ha dicho que nuestro zoco no fue sólo un lugar de comercio sino que, ante todo, fue el ágora donde discutíamos las cosas importantes de nuestra vida? ¿Quién se ha tomado la molestia de explicarles que ser europeo no fue nunca ser rico? “No se han integrado”, dicen algunos, para explicar que hay que detener sus desmanes cuando se amotinan. ¿Pero integrarse en qué, dónde, por qué?
Quiero creer que alguno de estos jóvenes emigrantes a los que hemos ofrecido sólo una play station, unos jeans, un televisor, una entrada en un cine de barrio y mil cosas que no hay en los poblados de África, habrá encontrado en un lugar de nuestras ciudades una calle que conserva un nombre sagrado para la memoria europea; habrá podido leer en una página rota de un libro –hay siempre libros en los contenedores de la basura- que algunos de nuestros maestros vivían en un arrabal como Diógenes o en una pensión como Kafka, de alquiler y de prestado como Rilke o en ninguna parte como Rimbaud; o se habrá preguntado a quién veneraban nuestros padres cuando levantaron una estatua a Mozart, que él ha conocido ya rota y llena de pintadas; o quién compuso una canción que –aunque no esté escrita en la lengua de los fulbé- le recuerda la mirada de su madre cuando los dos caminaban de la mano junto a los cebúes negros.
Ese será mañana un hombre de la memoria europea y nos contará cuál es el verdadero tesoro de nuestra cultura. Dejadme soñar, que dentro de medio siglo, uno de esos emigrantes escribirá su autobiografía y podrá decir que Europa le permitió recuperar el respeto a la memoria, a la justicia, a la democracia y a la fe, como una reivindicación de la dignidad y de la libertad humanas. "
8 comentarios:
Alucinantes fotos, alucinante texto, alucinante post,
besos
Me reservo el derecho de extraer de tu escrito algo paradógico: las naciones europeas, que han sabido dotarse de leyes en favor de las minorías, que han defendido los derechos de los menos favorecidos (¿Puedo poner una interrogación de duda..?)que han promulgado leyes acogedoras, para que a nadie le falte lo más indispensable, en cuanto falta, enseñan el camino de vuelta imaginando una supuesta amenaza, una pérdida de puestos de trabajo.....Tanto aportas, tanto vales. La vieja europa tiembla ante los nuevos tiempos, en que sin duda, no podremos poner puertas al campo...
Javier, un texto bien interesante. Europa no es lo que pretende ser, pero está lejos de ser la caricatura colonialista que a veces enarbolan sus, digamos, opositores. ¿Estaré exagerando si digo que una de las características de su herencia es que el mundo se puede mirar a los ojos? Con eso se han hecho barbaridades: pero a mi juicio alberga también la clave de la salvación (hoy llamada 'sostenibilidad'). Un abrazo.
Es un texto estupendo con una gran fotografía muy tuya esta entrada.
Europa, puerto de una vida mejor, sombra de pasado y sueños de futuro, trágicamente imperfecto
Besos corazón
Hola Javier, primero felicitarte por la grandeza de , esta entrada,
me parece un magnifico texto, y te envidio por no poder escribir asi...y te sigo felicitando por esa coleccion de fotografias.
Actualmnte estoy muy metido en la exposicion, de FLORES DEL MAL, a la que quedas invitado sera creo al rededor del 20 de octubre.
Recibe un fuerte abrazo y mi agredecimiento por tus comentarios.
Andres
F Javier,
Las fotos son invalorables!!! tu reflexión esclarecedora, y podríamos aplicarla en muchos países con inmigrantes al por mayor. La integración racial toma muchas generaciones de batallas y contrariedades, pero la diversidad humana es a su vez, la riqueza cultural.
Un tema escabroso sin duda.
Saludos cordiales.
Inmenso texto que se ensancha hasta lo infinito en la mirada infinita de esos ojos, de esa piel, de esa fe que se llama, sin atisbo de misterio ni afán de negocio, vida.
La humanidad ha perdido en las fronteras el derecho a caminar, a recorrer la faz de la tierra en plenitud de sus derechos, como la ama y señora que, en cada uno de nosotros, es de ella. Me, nos, gustaría que fuese así, porque aún terrible nos denunciaría sólo en el mero egoísmo, perverso pero entendible. Pero lo cierto es que esta maldición nace en la maldad sin nombre de dar por buena la depredación en las más deleznables de las formas. Más valdría que los hubiésemos comido como antílopes que esclavizarlos como bueyes, pues en la crueldad de la antropofagia no habríamos implicado la luz de la razón, sin embargo, el día en que planificamos su caza y expolio, ese día, manchamos para siempre algo más que la memoria la esperanza de un presente fraterno en lo universal.
A menudo nos reímos, no sin razón, de las absurdas explicaciones de la iglesia, de todas, a la hora de explicar sus inexplicables dioses y sus poderes de boato, retablo y cartón. Sin embargo, silenciamos la terrible sinrazón de haber dado por bueno que el hallazgo daba derecho de ocupación, que el descubrimiento era prueba irrefutable de nuestra ignorancia y no la certera luz de una revelación…
Europa atesora un grito, el del espanto, el hipócrita grito del ladrón que vocea mientras corre: “al ladrón, al ladrón”, sin querer entender que ese ladrón del que advierte es él.
No te canso más, decirte sólo que tienes en el tacto de tu alma una conciencia que llama a ser conscientes hasta más allá de la razón.
Recibe un fraternal abrazo.
Ciudadanos del mundo, presos en todas partes... Creo yo que El mundo está, es solo uno, no hay ni primero, ni segundo, ni tercero... aunque algunos avancen más en ciertas cosas que otros, esos otros preservan costumbres que necesitaremos, y etc, etc, etc... Interesante texto. Saludos...
Publicar un comentario