3 de septiembre de 2018

MENTIRAS DE FUEGO



Sarah Meyoha



“Soy el perseguidor. La esencia de lo cual consiste en que soy el que sabe, mientras que Dean ignora, pero aún así distamos de estar al mismo nivel. Para empezar, haga lo que haga, nunca lo descubro todo. Esto basta para que él gane. Nunca puedo anticiparme; él se mueve primero. Yo soy sólo el criado de la vida. Él es su habitante. Y, ante todo, no puedo hacerle frente, ni siquiera imaginar algo así. La razón es simple: le tengo miedo, como a todos los hombres que tienen éxito en el amor. Ésa es la fuente de su poder.”

James Salter
Juego y distracción (fragmento)













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Quienes trabajan de cara al público saben muy bien lo predecibles que suelen ser las conductas y expresiones de los demás. 

Este tipo de comportamientos o respuestas estandarizadas a las que me refiero, y en las que casi todos caemos en alguna ocasión, son mucho más evidentes, como es natural, para quienes se dedican a estudiar las reglas que rigen la conducta, las emociones y los sentimientos de los demás, los psicólogos. Yo no lo soy. 

¿Por qué razón es tan frecuente que la hija de un maltratador termine junto a una pareja maltratadora? ¿Por qué tras un fracaso afectivo desarrollamos una serie de condicionantes en nuestra manera de enfrentarnos a nuevas intimidades que nos fuerzan a provocar de nuevo aquello de lo que queríamos huir? ¿Por qué en algunas ocasiones nos sorprendemos a nosotros mismos comportándonos justo de esa manera que tanto criticábamos a los demás? Hay muchas más preguntas como estas. 

No nos damos cuenta, pero la mayoría de nosotros, sin saberlo, repetimos, en algún momento de nuestra vida, ciertos comportamientos como si fuésemos actores condenados a representar el papel de una obra de teatro escrita con tinta invisible. Es lo que se ha dado en llamar juegos psicológicos

Aunque denominados así, no son realmente juegos en sentido estricto, más aún, se sitúan en el extremo opuesto al concepto lúdico del término “juego”. Patrones de conducta inadvertidos, más frecuentes de lo que suponemos, que pueden llegar a regir y condicionar nuestra vida de relación de manera determinante. Por eso, conocerlos nos permite tomar conciencia sobre aspectos ignorados de nosotros mismos y de aquellas claves que determinan el fracaso o el éxito de nuestras relaciones, laborales o personales. Conocerlos e identificarlos es pues el primer paso para poder escapar de ellos y reconducir nuestra vida hacia unas relaciones sanas y directas con los demás. Y con nosotros mismos. 







Es esa forma de comunicación anómala que utilizamos de manera inconsciente para cubrir nuestras necesidades de atención, reconocimiento y afecto lo que llamamos “juegos psicológicos”. Su dinámica es de tipo sistemático como la que se desarrolla en los juegos, de cualidad disfuncional, que llevan a persuadir y manipular al otro y a un fracaso personal que acaba en incomunicación y, generalmente, con un gran coste emocional. Suelen aprenderse en la infancia, se repiten durante toda la vida, destruyen la verdadera personalidad, haciendo más vulnerable a la persona, generando una gran frustración y complicando la mayor parte de las áreas de la vida. 

Hay distintos tipos y se pueden clasificar según el tema (poder, sexuales, de pareja, etc.) o el escenario (hogar, trabajo, consulta, etc.) donde se desarrollan, pero básicamente son tres los “roles teóricos” (Karpman) que clásicamente “juega” una persona o varias en el transcurso de ellos, de forma cambiante o no, y que establecen un tipo determinado de “personaje”. Roles de perseguidor, salvador y víctima que darán lugar a personajes del tipo “Sí, pero...” “Explícame tus penas” o “Todo me sale mal”, consecutivamente. 

De una forma resumida: 

· El salvador. Rescata a todo el mundo, incluso a quienes nunca han solicitado su ayuda. 
· El perseguidor. Acusa y reprocha. Este rol suele utilizar los puntos débiles del otro para “atacarlo”. 
· La víctima. Busca la compasión en todas sus formas porque siente que la vida le es injusta. 

¿Por qué una persona se involucra inconscientemente en este tipo de manipulación de los demás? De forma genérica, por tres motivos fundamentales: 

1. Para protegerse contra el miedo a ser desenmascarado y que se exponga así el verdadero “yo”. 
2. Para evitar la incomodidad que puede propiciar la intimidad. 
3. Para procurar que los otros hagan lo que quieren hacer. 

El tema es apasionante. Para los más escépticos puede ser sugerente, al menos, si no para introducirse en una nueva religión de liturgias y creencias, sí para hacer reflexionar frente al espejo y aprender a mirarse y mirar a los demás con otros ojos más propicios al conocimiento de todo aquello que nos atrapa, inconscientemente, impidiéndonos llevar una vida plena. 

Ni soy la persona adecuada para ello ni es mi intención profundizar en esta cuestión, pero creo interesante y necesario reparar en ella para que quienes quieran puedan hacerlo y beneficiarse de su conocimiento. Habrá quien lo desprecie por su apariencia simplista. No obstante, en muchas ocasiones las cuestiones aparentemente más simples son aquellas capaces de provocarnos los peores sufrimientos. 

Yo mismo.

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