21 de octubre de 2019

NEUROPLASTICIDAD Y NACIONALISMO



"El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:
-En cualquier parte puedo morirme de hambre.
Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera. Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K. se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto que deseaba que un terremoto lo borrase de las superficie de la tierra. "¿Por qué razón -se preguntó el señor K.- me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella. "

Bertolt Brecht
Historias del señor Keuner (fragmento)







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OTOÑO-2019

Posdata: 
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que a los jóvenes no se les presentaba otra oportunidad para salir de su entorno y poder “conocer mundo” que la de ir a “hacer la mili”. Así, con el transcurso de los años, se fue generando toda una liturgia tribal del paso de la adolescencia a la madurez ligada a ese acontecimiento. Por esa razón hablar de tal o cual experiencia de la mili de forma recurrente era un tópico casi recalcitrante en muchos varones, un referente impactante, habitualmente el primero y en muchas ocasiones el único, de sus vidas.
De manera similar, en los comienzos monocromos del cine acudir a ver una película era una experiencia extremadamente seductora por cuanto permitía observar el mundo, por primera vez, a través del ojo de una cerradura por la que visibilizar los secretos y vicisitudes de otras vidas apenas sospechadas y siempre fascinadoras. Identificarse con los protagonistas del celuloide analógico era inevitable. Así, el espectáculo de aquellos acontecimientos iba transformando la forma de entender el mundo y la realidad, las expectativas del vivir y los pensamientos. Más aún, ciertos mensajes que circulaban de forma subliminal calaban en el subconsciente sin posibilidad de ser cuestionados. En la vida real nuestro desempeño se corresponde habitualmente con el de actor secundario, papel que nos somete a disciplinas ajenas e intereses ocultos, pero los nuevos sueños que surgían de aquellas experiencias empezaron a otorgarnos el papel de protagonistas, de coroneles, de galanes o princesas. Los guiones más o menos artificiales y sus diálogos, la disciplina militar disfrazada de autoridad, la apariencia idílica de tal o cual situación inverosímil, la competencia por el papel de protagonista y la deshumanización del individuo a favor del argumento, empezaron a ser pilares fundamentales de una forma de vida tan ligada a las películas como a las modas cambiantes que ellas imponían. ¿Cuando se traspasó el límite entre crecer, madurar y el de ser sometidos a la dictadura de la manipulación?
La plasticidad de nuestro cerebro es una cualidad evolutiva indiscutible y una característica apenas estudiada. Que los pensamientos puedan modificar las estructuras neuronales tal y como pueden hacerlo las vivencias mismas, hasta el extremo de que ambas se confundan, es una herramienta muy útil en manos de la voluntad, propia o ajena. El mecanismo de tal proceso es sencillo: primero se crea o se atiende a una necesidad básica -su carga emocional debe ser o hacerse patente- y dirigida a ella se generan pensamientos deliberadamente estructurados y dirigidos al cambio, luego se emiten mensajes que abunden en ello con suficiente frecuencia e intensidad y se acompañan de todo un conjunto de merchandising que sirvan de refuerzo para el objetivo marcado. Ejemplos hay muchos. El más antiguo y elaborado quizá sea el de las iglesias y sus dioses: el infierno y el cielo, el bien y el mal, el castigo y el premio, la sumisión sin cuestionamiento, la liturgia periódica y frecuente, crucifijos y rosarios, la oración repetida hasta la saciedad y la entrega total, la fe. El ejemplo más simple es el de la publicidad: color, belleza, alegría, música, felicidad, repetición, y el producto que hay que comprar para alcanzar todo ello. El ejemplo más trascendente, el que ha sido capaz de dar categoría de inevitable, normal y justa a un tipo de esclavitud, como es el que consiste en someter el bienestar, la dignidad e incluso la vida misma de los pueblos al interés de las economías y clasificar a las personas en función de sus recursos materiales, sus orígenes, su utilidad o su capacidad de consumo. Y, por último, el ejemplo más cercano y actual, este que llamamos "nacionalismo". 
Cambiar nuestro cerebro, sus sinapsis y anatomía, modificando la realidad en función de oscuros intereses ajenos, haciéndonos creer lo imposible, es un arte en manos del poder e incluye casi invariablemente la manipulación del tiempo y del lenguaje, del significado de las palabras y los valores, del hilo argumental de la vida y de la esencia de todo aquello que nos define y nos permite reconocernos como humanos, violando los cimientos éticos básicos sobre los que ser y convivir de forma y manera compatible con la naturaleza misma.
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