-En cualquier parte puedo morirme de hambre.
Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera. Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K. se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto que deseaba que un terremoto lo borrase de las superficie de la tierra. "¿Por qué razón -se preguntó el señor K.- me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella. "
Bertolt Brecht
Historias del señor Keuner (fragmento)
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OTOÑO-2019
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que a los jóvenes no se les presentaba otra oportunidad para salir de su entorno y poder “conocer mundo” que la de ir a “hacer la mili”. Así, con el transcurso de los años, se fue generando toda una liturgia tribal del paso de la adolescencia a la madurez ligada a ese acontecimiento. Por esa razón hablar de tal o cual experiencia de la mili de forma recurrente era un tópico casi recalcitrante en muchos varones, un referente impactante, habitualmente el primero y en muchas ocasiones el único, de sus vidas.
De manera similar, en los comienzos monocromos del cine acudir a ver una película era una experiencia extremadamente seductora por
cuanto permitía observar el mundo, por primera vez, a través del ojo de una
cerradura por la que visibilizar los secretos y vicisitudes de otras vidas
apenas sospechadas y siempre fascinadoras. Identificarse con los protagonistas del celuloide analógico era inevitable. Así, el espectáculo de aquellos acontecimientos iba transformando
la forma de entender el mundo y la realidad, las expectativas del vivir y los pensamientos. Más aún, ciertos mensajes que circulaban de forma subliminal
calaban en el subconsciente sin posibilidad de ser cuestionados. En la
vida real nuestro desempeño se corresponde habitualmente con el de actor
secundario, papel que nos somete a disciplinas ajenas e intereses ocultos, pero
los nuevos sueños que surgían de aquellas experiencias empezaron a otorgarnos el papel de protagonistas,
de coroneles, de galanes o princesas. Los guiones más o menos artificiales y
sus diálogos, la disciplina militar disfrazada de autoridad, la apariencia
idílica de tal o cual situación inverosímil, la competencia por el papel de
protagonista y la deshumanización del individuo a favor del argumento,
empezaron a ser pilares fundamentales de una forma de vida tan ligada a las
películas como a las modas cambiantes que ellas imponían. ¿Cuando se traspasó el límite entre crecer, madurar y el de ser sometidos a la dictadura de la manipulación?
La plasticidad de nuestro cerebro es una cualidad evolutiva
indiscutible y una característica apenas estudiada. Que los pensamientos puedan
modificar las estructuras neuronales tal y como pueden hacerlo las vivencias
mismas, hasta el extremo de que ambas se confundan, es una herramienta muy útil
en manos de la voluntad, propia o ajena. El mecanismo de tal proceso es
sencillo: primero se crea o se atiende a una necesidad básica -su carga
emocional debe ser o hacerse patente- y dirigida a ella se generan pensamientos
deliberadamente estructurados y dirigidos al cambio, luego se emiten mensajes
que abunden en ello con suficiente frecuencia e intensidad y se acompañan de
todo un conjunto de merchandising que sirvan de refuerzo para el objetivo
marcado. Ejemplos hay muchos. El más antiguo y elaborado quizá sea el de las
iglesias y sus dioses: el infierno y el cielo, el bien y el mal, el castigo y
el premio, la sumisión sin cuestionamiento, la liturgia periódica y frecuente, crucifijos y rosarios, la oración repetida hasta la saciedad y la entrega total, la fe. El ejemplo más
simple es el de la publicidad: color, belleza, alegría, música, felicidad,
repetición, y el producto que hay que comprar para alcanzar todo ello. El ejemplo más
trascendente, el que ha sido capaz de dar categoría de inevitable, normal y
justa a un tipo de esclavitud, como es el que consiste en someter el bienestar, la
dignidad e incluso la vida misma de los pueblos al interés de las economías y
clasificar a las personas en función de sus recursos materiales, sus orígenes,
su utilidad o su capacidad de consumo. Y, por último, el ejemplo más cercano y
actual, este que llamamos "nacionalismo".
Cambiar nuestro cerebro, sus sinapsis y anatomía, modificando la
realidad en función de oscuros intereses ajenos, haciéndonos creer lo imposible, es un
arte en manos del poder e incluye casi invariablemente la manipulación del tiempo y del lenguaje,
del significado de las palabras y los valores, del hilo argumental de la vida y
de la esencia de todo aquello que nos define y nos permite reconocernos como humanos, violando los cimientos éticos básicos sobre los que ser y convivir de
forma y manera compatible con la naturaleza misma.
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