tuve la fortuna de poder disfrutar de la hospitalidad de las gentes de Damasco,
de la belleza de sus pequeñas calles y enormes mezquitas,
antes de la barbarie.
Luego, cuando en Estambul vi a las mujeres sirias tiradas en el suelo
con sus hijos en brazos pidiendo limosna,
absolutamente desangeladas e ignoradas,
quedé consternado.
No,
no miro el tiempo que ha transcurrido
ni me asomo a su abismo,
es él quien se abalanza sobre mí como una losa en movimiento pendular.
No,
no rememoro aquellos primeros instantes de feliz ignorancia,
ni tantos otros que le siguieron,
son ellos quienes me arrojan contra la pared fría y desnuda del sabor a fracaso.
No,
no escucho a Albinoni porque tenga pájaros en la cabeza,
ni suspiro por falta de aire,
es esta aurora boreal que tengo anclada entre los ojos.”
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En la frontera entre los generosos y educados prohombres, bienhechores de la prosperidad y el progreso, y los incómodos indigentes, empecinados en pedir y pedir insaciablemente, es obligado desplegar a los agentes del orden, del orden que preserva el mantenimiento de los privilegios, una especie de salud que llamamos cultura de occidente. Decía un mendigo, al que decidió entrevistar algún periodista en busca de morbo, que lo peor para él había sido descubrir que absolutamente todo lo que existía tenía dueño y que le resultaba casi imposible encontrar un lugar donde poder descansar sin temor a ser echado. Es ya un clásico esto de la tendencia del hombre a adueñarse de todo así que no creo que merezca la pena insistir en ello. Sin embargo, reconozco que algunos acontecimientos no por archirepetidos dejan de asombrarme tanto como el primer día: ver despegar un avión, el nacimiento de un niño, el último aliento del moribundo, la floración de mi orquídea,… y esa hipócrita inconsciencia del hombre desarrollado que se cree lo que no es y se reconoce dueño de lo que no le pertenece.
A fuerza de girar la cabeza para otro lado hemos provocado una tortícolis social que se traduce en la incapacidad para mirar de frente la realidad de manera coherente con aquello que decimos defender. Se nos llena la boca con palabras como democracia, justicia, libertad, igualdad,… y somos incapaces de darnos cuenta de que nos hemos transformado en charlatanes de feria vomitando coartadas y excusas. “Que nada ni nadie ponga en peligro mi propiedad privada, lo mío es mío, me lo he ganado a pulso, con mi esfuerzo y mi sacrificio, con mi iniciativa y mi talento, y siguiendo las normas y cauces establecidos, representa el futuro de mis hijos y el bienestar de mi familia. Ninguna lucha o reivindicación puede ser más noble.” Mientras, hemos acuñado en el subconsciente, individual y colectivo, el valor de una moneda de cambio en el mercado de la bolsa de valores éticos y no concebimos otra cotización que lo cuestione. Una de las contraseñas para desmontar los argumentos sobre los que navegamos podría ser África, aunque hay muchas otras, y no existe por el momento ninguna aplicación que garantice reconducirnos eficazmente desde este tipo de inteligencia colectiva tan sucia y contaminada. El esfuerzo por ver a un ser humano donde hay un individuo de piel oscura, con hambre y poca ropa, rezando de manera extraña, se hace tan inoportuno como desproporcionado e incómodo. Desconozco si el síndrome tiene un nombre propio, pero el caldo de cultivo donde crece tiene síntomas y signos muy claros: demagogia, maniqueísmo, superficialidad, política, intereses e ignorancia.
“Que haya millones de personas sin hogar, en campos de concentración o desplazándose de un lugar para otro, es una noticia más en los medios de comunicación, antes de los deportes o del tiempo, también es el resultado de unos intereses y conflictos ajenos, entre países subdesarrollados, a los que ya destino, con gran esfuerzo, una parte de mis legítimos y escasos ingresos a través de una ONG encargada de dar la ayuda necesaria. Que miles de personas mueran ahogadas en el Mediterráneo es una desgracia terrible, pero inevitable, engañadas por mafias contra las que no podemos hacer nada, gente desesperada que no se da cuenta de que en nuestra sociedad civilizada y próspera no tienen cabida. Su religión, su cultura, sus costumbres, son un peligro, una amenaza para el orden y la seguridad que tanto nos ha costado conseguir. Yo no tengo la culpa.”
No me extrañaría que en estos momentos el valor del papel higiénico ya superase al del dólar. La ausencia de suministro de productos básicos, desde esos paraísos de la deslocalización donde trabajan esclavos, puede que genere el desabastecimiento de casi todo. Fabricar dinero y repartirlo como una ayuda social, con el fin de evitar la retracción del consumo, o la drástica disminución de los intereses al crédito, no servirán de mucho si no hay qué comprar. Que el dinero no sirva para casi nada en estos momentos se ve agravado por el hecho de que la Reserva Federal lo fabrique a discreción. Las obras de arte seguirán siendo un refugio de la riqueza, sirva de ejemplo, incrementando su valor hasta unos límites en los que la banca no sea capaz de respaldarlos. Los millonarios retiran sus dineros y se apartan a islas y lugares privados donde esperar a que acampe el temporal. Muchos otros buscan acomodo en la nueva próxima emisión de bitcoin, pero ese es un mundo reservado a unos pocos tecnócratas iluminados. Y el poco dinero que tenga la gente humilde valdrá, seguirá valiendo, aún mucho menos de lo que ya vale. Pero todo esto es accesorio y superfluo para muchos millones de excluidos.
Ante estas aparentes reflexiones la pandemia de coronavirus me parece un mal menor, incluso una sugerente manera con la que la naturaleza intenta desmontar fronteras, mercados, certezas, egoísmos e hipocresías, como si quisiera decirnos que de poco sirve ser dueño de todo cuando la evidencia puede golpearnos con tal dosis de realidad. Pero por el momento no albergo la esperanza de que abramos los ojos a otra mirada. Seguimos en lo de “tonto el último” y “ande yo caliente…” Las mascarillas no sirven para nada, salvo para seguir engañándonos y que nadie nos reconozca cuando saltemos por encima de quienes queden tirados en el camino. “No hay ningún hombre culpable, es la naturaleza humana.”
¡Anda ya!
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“La sensibilidad de un piano
no siempre es compatible con el mundo exterior,
tiempo y maltrato pueden destruirlo.
Pero si fue adecuadamente afinado antes del óbito,
no lo dude,
se trata de un suicidio.”
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