“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.”
Miguel de Cervantes
"El almendro ha florecido sin miradas. Y algunos se han ido para siempre sin tiempo para reparar en ello. Las segundas oportunidades se asoman a los balcones con el anhelo de empezar una nueva primavera llena de flores, libros y niños jugando en los parques. Pero hay un enemigo atroz, invisible e inverosímil que paraliza nuestra capacidad para vivir sin miedo.
Por suerte soy anestesiólogo. Por suerte puedo participar en la lucha. Cuando todos desean salir de sus hogares, yo no encuentro el momento para volver al mío. Estoy encerrado con un ejército de locos, valientes o temerarios, qué más da, que creen que no hay nada más importante en sus vidas que vencer al enemigo común, cueste lo que cueste. Y así, muchos, como perdiendo el juicio, han apostado su vida y la han ganado perdiéndola. Héroes destinados al olvido de un naufragio económico que arrasa con todo. La naturaleza inhumana que también somos.
Los colores del miedo y la gratitud coinciden dentro de nosotros, junto a otros muchos sentimientos, generando distintas tonalidades. Cuando veo a mis vecinos aplaudir cada tarde sé que agradecen sinceramente el sacrificio de quienes, en muchos casos, preferirían que se mantuviesen lejos de ellos y de sus familias. Seguramente esta manifestación externa también sea, puede que prioritariamente, un tipo de duelo, una forma de autoterapia, la manera de gestionar y compartir toda esta frustración y dolor que se nos acumula dentro sin saber qué hacer con ella.
Hoy un compañero me ha enviado una nota pidiéndome que la compartiera. En ella se invita a los ciudadanos a mantener un minuto de silencio, en vez de aplaudir, como queja ante la situación de desprotección en la que nos vemos obligados a trabajar los profesionales de la salud. Creo sinceramente que quien ha tenido esta idea desconoce la naturaleza humana. Una cosa es aplaudir, reactivo y con matices terapéuticos, y otra muy distinta quejarse, proactivo y con tintes políticos o corporativos.
La mayoría prefiere ignorar, a pesar de haber sido repetido hasta la saciedad, que nuestra remuneración salarial es ridícula y que las garantías de seguridad y actuación profesional terminan en la mesa de las gerencias, obedeciendo en gran medida a intereses ajenos a pacientes y profesionales, dentro del margen de lo imprescindible para guardar la apariencia de las formas. La política y la empresa son pura impostura.
Un destacado deportista de una disciplina “menor” se quejaba del enorme desequilibrio que existe entre la atención, económica, que se le da al fútbol y la que reciben otras actividades deportivas en las que también destacamos internacionalmente. El gurú de turno le contestaba que gracias al éxito del fútbol se pueden mantener otros deportes y que gracias a lo que cobran sus figuras se puede mantener el interés por el fútbol. La necesidad de un cambio de paradigma es evidente. Algo similar diría sobre la sacralización de la empresa privada y su capacidad para dar sustento, crear empleo y riqueza. En ambos casos, deporte y empresa, se hace evidente la necesidad de poner límite a ese creciente abismo que se genera entre los unos y los otros.
Quisiera, no obstante, dejar claro que muchas conductas sociales gregarias obedecen a una cultura de país que, tanto para lo malo como para lo bueno, nos define y condiciona en lo humano. Distintos son aquellos que, aprovechando el río revuelto, manifiestan una conducta miserable. Un tipo peculiar de toxicidad, que fomenta esta terrible competitividad y desmedida ambición en la que vivimos, mucho más frecuente y extendida de lo que podría parecer.
Desde el principio he podido apoyar con mi trabajo a las UCIS, tanto de centros privados como públicos, en función de las cambiantes situaciones que se han vivido con el aumento de la carga de trabajo y de las bajas de mis compañeros infectados. Hemos trabajado a destajo y vivido situaciones dramáticas, como corresponde a esta tarea que ejercemos, y ante una enfermedad desconocida, grave y sin un tratamiento eficaz conocido. La diferencia entre los recursos que he visto y sufrido entre los centros públicos y privados ha sido abismal. Puede que no haya sido así en todos los casos, yo hablo de mi experiencia. Baste decir que los protocolos que se han diseñado sobre seguridad podrían constar de 60 folios en la pública, creados por equipos multidisciplinares, mientras que en la privada podrían ser de un renglón: “lo que decida la gerencia”. O que el ratio de profesionales en la pública, tres o cuatro pacientes por especialista, dista mucho del de la privada, hasta seis o más pacientes por especialista. Extenderme en detalles sería aburrido por extenso y técnico. Mostrar mi descontento por la ausencia de lo básico me ha ocasionado ser excluido de algún centro. No sólo han faltado, y faltan, EPIS, respiradores, medicación, colchones antiescaras, humidificadores, test fiables, etc., también y fundamentalmente profesionales. Ni cualquier respirador vale, ni cualquier profesional. La situación llegó a ser dramática por desbordar la ya mermada capacidad de un sistema que lleva años siendo desmantelado.
La televisión muestra camas en el IFEMA, aplausos en las ventanas, agradecimientos por todas partes y alaba el esfuerzo de una sanidad y una sociedad modélicas. Los muertos no se quejan, nunca lo harán. La culpa no es de nadie. Aquella realidad, como tantas otras veces, tiene estructura de anuncio publicitario para vendernos una versión tan falsa como amable. Una gran y vergonzosa mentira. Y nada hace suponer que en el escenario económico pueda suceder algo distinto.
Mi reconocimiento y admiración hacia enfermeras, auxiliares, celadores,... nunca podremos pagarles ni agradecerles lo suficiente el trabajo que han realizado y aún realizan. Frente a la entrega y el sacrificio de unos, la vileza e hipocresía de otros. Tenemos que cambiar si no queremos que todo esto se repita."
"Levantóse en esto don Quijote y, puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes, asió con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se había movido de junto a su amo —tal era de leal y bien acondicionado, y fuese adonde su escudero estaba, de pechos sobre su asno, con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo además. Y viéndole don Quijote de aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le dijo:
—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que no debes congojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas."
Miguel de Cervantes
Don Quijote
Capítulo XVIII
3 comentarios:
Antes que nada, respeto y agradecimiento por la labor de anestesiólogo.
Doble agradecimiento por compartir tu experiencia con los mortales lectores. Acá del otro del océano estamos en ascuas también, atemorizados por el virus y por todas las teorías maquiavélicas al respecto, que sabe Dios de donde hayan salido.
Ahora lo que importa es salir de esta a como de lugar. Nos cuidamos lo mejor posible aunque confinamiento y la incertidumbre por el futuro nos enloquezca a ratos.
Abrazo a distancia.
Cierto " la libertad es uno de los vienes más preciados..." que bien elegido el Quijote, la flor del almendro y la canción.
De forma clara, sencilla y desde dentro describes tu vivencia de esta situación, dura muy dura, luchar contra este virus asesino e inhumano. Cuantas vidas humanas se escapan entre los dedos después de luchar por ellas sin tregua.
Simplemente leyéndote se ve que eres un excelente profesional y es sabido que eres una mucho mejor persona.
Estas siempre para todos.
Mi respeto y admiración.
Un ��
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