17 de noviembre de 2018

UN UNIVERSO EN EL ESPEJO


"Había oído hablar de las sorprendentes irisaciones de la aurora sobre el mar Jónico cuando se la contempla desde la cima del Etna."
Marguerite Yourcenar






“Te me vas y te quedas en aire que respiro, en ausencia y presencia que nada me entorpece, como un llevarte dentro aladamente en alto.”
Qué fácil este ahora (Fragmento)
Concepción Gutiérrez Torrero





"La noche avanza como un gran dios que hechiza en el 
miedo
más allá de los bosques y las sombrías trampas,
más allá del salvaje amor de la hembra humillada.
En esta noche de mirada de lobo
cómo duele el silencio que reposa como muchacha febril
detrás de los cristales de las casas."

Esta noche
Orietta Lozano







"
Supuse que se trataba de un lector empedernido e inquieto cuando leí su tuit: “Por favor, plantad árboles y tened hijos, pero no escribáis más”. Lo comprendí. La manera de redactar en las redes sociales parece escapar muchas veces a los más elementales principios de la semiótica. Yo conozco a otros, en el extremo opuesto, que temen escribir por miedo a no estar a la altura. Una altura que se marcan ellos mismos. Recuerdo una interesante entrevista a Rojas Marcos en la que trataba sobre la resiliencia. “Hablar es la clave –decía- contar lo que uno siente”. ¿Y si no hay nadie a quien contarle?, le preguntaba el periodista, “sitúese frente al espejo, el beneficio no está en ser escuchado, sino en verbalizar sus sentimientos y emociones en voz alta”. De manera similar, deduzco, escribir podría ser considerado una actividad terapéutica en sí misma, como leer, con independencia del talento, de la calidad técnica o de que exista o no alguien al otro lado del mensaje. No quiero decir con esto que podamos ser desconsiderados con aquellos a quienes nos dirigimos, en el fondo o en la forma, incluso cuando se trata tan solo de un simple espejo. No lo rompamos. 







¿Y si quien se inhibe a la hora de narrar algún acontecimiento lo hace por miedo a no ser creído y ser ridiculizado por ello? Os confieso que por esta razón he evitado siempre referirme a algunos hechos extraños que a menudo me suceden. Temo el ridículo. Aunque pienso ahora que quizá nadie me lea y pueda beneficiarme tan solo por el hecho de compartirlos. Bien, probaré, haré una excepción hoy. Esto me sucedió el año pasado, a principios de diciembre. Lo anoté así entonces: 


“Me he levantado a primera hora y he ido al baño como de costumbre. Medio dormido y a oscuras. En la penumbra del camino me cruzo con un gran espejo sobre el lavabo. Al hacerlo hoy me ha parecido observar por el rabillo del ojo un reflejo luminoso inusual al que no he dado importancia. A la vuelta, según me iba espabilando, he mirado directamente por ver si se repetía y descubrir de dónde podría venir. No llevaba las gafas puestas y los ojos de los miopes a veces provocan destellos propios. Nada, no hay reflejo. Cuando ya me retiraba me ha dado la absurda impresión de que la tenue imagen del espejo, la mía, se movía con cierta lentitud, con cierto retraso. No he querido creérmelo, lo he achacado a la ausencia de mis lentes y he ido a por ellas sin poder evitar sentirme, he de confesarlo, algo intranquilo por la sensación. Y heme aquí, con las gafas, la luz encendida y mirándome fijamente en el espejo moviéndome de forma ridícula y observando mi imagen. Hay que ver la de tonterías que uno hace a veces, me decía a mí mismo, cuando de repente, en un instante, algo me ha sobrecogido. Como si un jarro de agua fría cayera por mi espalda o un calambre me recorriera desde los talones hasta la nuca: ¡no doy crédito a lo que veo, la imagen en el espejo no lleva las gafas puestas! Aproximo mi cara y la cara reflejada muestra la misma expresión de asombro que yo. Me llevo la mano temblorosa a la cara y la imagen me sigue, pero yo toco mis lentes y él no. Acerco mi mano al espejo para tocarlo y ambos nos tocamos. La conciencia de que no soy yo me invade. Es fría.” 


Soy un hombre racional y os supongo, tal y como yo estaría en vuestro caso, buscando explicaciones al uso. O dejando de leer. Se trata de un sueño, alucinación, has bebido, drogado, tienes una enfermedad mental, nos tomas el pelo, etc. Lo comprendo. De hecho, aún no he encontrado una respuesta convincente para mí mismo de la mayoría de estas extrañas experiencias que a veces me suceden. Confieso mi agnosticismo en asuntos paranormales o sobrenaturales y durante mucho tiempo dudé de mi propia cordura, hoy ya no. 






Advierto que este es el momento adecuado para que me deje de leer aquel que se pueda sentir ofendido o atemorizado por aquellas cosas que parecen refutar a la razón. Porque lo que sigue no busca explicar nada ordenadamente, ni convencer, ni alarmar, solo compartir imposibles acontecimientos ante ese espejo de la resiliencia, al que se refiere Rojas Marcos, con el fin de sobreponerme a cuanto en mí hallo inverosímil. 


“Respiro hondo e intento tranquilizarme, el asombro me impide pensar. Cierro los ojos y tomo conciencia del momento. Los abro. Sigue ahí. Estamos inmóviles. Sólo movemos los ojos. Soy yo, en efecto, pero sin gafas. Voy repasando la imagen de manera ordenada y la imagen lo hace conmigo. No puedo evitar el temor de que en cualquier momento pueda tomar la iniciativa. Su mirada impresiona de mayor claridad, no sólo por la ausencia de lentes, no tiene las ojeras que yo tengo. Sus lisas manos, la ausencia de mi cicatriz, el pelo. Enseguida me doy cuenta de otros detalles, esa imagen soy yo pero más joven. Ese fui yo, sin duda. ¡Por dios!” 


Recuerdo a un profesor de matemáticas en el colegio explicando el concepto de infinito. Todos en clase comentaron y muchos mostraron su escepticismo. “Yo os lo voy a enseñar”, nos dijo ante nuestra atenta mirada. Entonces cogió dos espejos y los puso uno frente al otro. “Podéis asomaros para verlo”. Después se dirigió al encerado y escribió el signo que representa la imagen del infinito espacio de luz que guardaban esos espejos entre sí. Para quienes sentimos fascinación por el universo sabemos que cuando divisamos una galaxia situada a miles de millones de años luz estamos viendo una imagen del pasado lejano porque, durante el inmenso tiempo que ha tardado en llegar su imagen, la galaxia puede haber desaparecido. Eso me hizo pensar, ya entonces, que aquellos dos espejos enfrentados por el profesor no solo guardaban infinitas imágenes. En las distancias más lejanas, al fondo del espejo, allí donde nadie podría estar observando, la imagen tardaría años luz en llegar, un tiempo infinito, y cuando por fin lo hiciese el espejo podría ya no existir. Así, aquello que sujetaba en sus manos el profesor no sólo contenía un espacio infinito, también encerraba un tiempo infinito. 


“En el silencio de la noche, poco antes del amanecer, le he hablado a mi imagen del espejo como si fuese otro. Al primer intento no pude, quedé mudo, moví los labios y creo que la imagen no se inmutó. Me vino entonces la idea de que quizá estuviese presente alguien más, alguien responsable de aquella situación. Miré alrededor, nadie. “¿Eres… yo?”, le dije con un leve hilo de voz. Y no movió los labios, no los movió. Os lo juro. Di un salto atrás mientras exclamaba un ¡AY! de pavor. En ese instante la luz se apagó y yo me quedé ciego, con el resplandor de la luz en la retina cambiando de color. No veía nada y no quería ni imaginar que algo pudiera tocarme en aquel momento. Permanezco inmóvil, creo que sin respirar. Entonces vuelve la luz al cuarto de baño. Estoy pálido y tembloroso. Todo parece haber terminado. Respiro.” 


Ya sé que esto no tiene sentido. Yo al menos no se lo encuentro. Pienso que las ilusiones, más aún las pesadillas, deberían de quedar circunscritas al sueño nocturno sin ninguna posibilidad de escapar de allí. Despertar debería de ser un acontecimiento categórico, nítido y certero, para no enloquecer innecesariamente, como la aurora sobre el mar en verano, como un adiós definitivo, como la ausencia irrefutable de aliento en el espejo cuando certifica la muerte infinita.
 "







"Cuando la luna es de melón una tajada en la ventana y en redor es la calina cerrada la puerta y la casa encantada por las azules ramas de glicinas y en la fuente de arcilla hay agua fría y la nieve del paño y arde una bujía de cera tal que en la niñez, mariposas zumban la calma, que no oye mi palabra, retumba entonces de lo negro de rincones rembrandtianos algo se ovilla de pronto y se esconde allí a mano, pero no me estremezco, ni me asusto siquiera... la soledad en sus redes me hizo prisionera el gato negro el alma me mira, como ojos centenarios y en el espejo mi doble es tal vez mi contrario. Voy a dormir dulcemente, buenas noches, noche."
Cuando la luna es de melón
Anna Akhmatova







Las imágenes son del fotógrafo George Mayer

1 comentario:

Jezabel dijo...

"Como la ausencia irrefutable de aliento en el espejo cuando certifica la muerte infinita". Esta frase es de oro, una absoluta pasada.

Finales de los ochenta, adolescencia, "jamás te mires a un espejo si vas de tripi", era la pauta principal a la hora de consumir LSD. Se supone que veías tu imagen distorsionada, monstruosa, no te reconocías y entrabas en pánico. Las leyendas urbanas decían que mucha gente se tiraba por la ventana debido a eso. Para que luego digan de la chica de la curva. Probé esa droga dos veces y, por supuesto, huí de los espejos como si fuese un vampiro. El caso es que la "recomendación" se me quedo grabada y, a día de hoy, me miro a veces en el espejo, quieta, largo rato, sin otro objetivo que el de asustarme a mí misma.

Besos.

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