"La gélida contradicción es
impulsada por la oscura tierra,
deriva en un umbrío cielo sin
estrellas parpadeantes.
El viento oscila misteriosamente
en el silencio de la profunda noche,
descansa mi alma en la noche
de amargo invierno.
Coronas de flores adornan la
mañana de mi vida en la soledad
de un país extranjero, anhelo
el amor despreciado en la
clausura del corazón.
Eco de una distancia que alborea
hacia la delicia del campo que
evade la ausencia del otoño.
La primavera rejuvenecida sólo
es invierno eterno, noche perpetua,
dolor y lágrimas. "
Adelbert von Chamisso
Invierno y noche
"
Estoy en quirófano. A la cabecera de un paciente anestesiado. La temperatura es de 16 grados centígrados y mi pijama de manga corta es de verano. Tengo mucho, muchísimo frío. La cirugía se prolonga más de lo previsto y con el intermitente ritmo monótono del ruido de fondo del monitor entro en un estado de semi-hibernación. Cierro los ojos, recuerdo el blog, y alguna parte de mi cerebro elucubra esta ensoñación...
“Apenas ha empezado diciembre pero en el rellano de mi escalera y tras mis ventanas es pleno invierno desde hace ya varios meses. El frío y la lluvia arrecian, de día y de noche, y el viento entra por las rendijas, se arremolina, mueve el felpudo con fuerza y golpea la puerta llenando los rincones de manchas de agua y destemplanza. Para algunos, pienso, el invierno quizá sea un camino a la intemperie donde todo resulta ajeno y desapacible, para mí es más bien un entorno hostil con amenazas de muerte, tormentas de dolor y fiebres de nostalgia. Sólo encuentro algún consuelo en el café caliente y denso que sirve el bar de la esquina, un lugar sucio y decadente, cuando me atrevo a salir a la calle. Yo, que venía de una larga calidez de primavera, ya había olvidado hasta dónde puede llegar la intensidad del frío y esa conciencia punzante de piel que provoca al tocarte, como alfileres de desprecio. Me está resultando especialmente duro y veo que amenaza con prolongarse más allá de la memoria. Para colmo, al tragar siento un dolor intenso que me desgarra la garganta. Quiero suponer que será a causa del duelo de suspiros que arrastro, a los restos de nicotina que se me pegaron al cuello en alguna otra vida, o a la mala costumbre que tengo de chupar la mina del lapicero mientras dibujo arcoíris en las servilletas del bar. Disfruto elucubrando con la negrura irregular del café que dejan mis labios en el papel, con esa sombra negra, como la mía ausente hoy, junto a las líneas desnudas que parecen evocar su propia tristeza. Las guardo amontonadas en el bolsillo trasero de mi pantalón vaquero. Juego con esas formas caprichosas como quien lo hace ensimismado con las nubes, imaginando seres alados con quienes escapar a otros mundos. Recuerdo que alguna vez me sorprendió ver desde un avión cómo el sol brillaba exultante sobre océanos de nubarrones negros que lo cubrían todo, imaginé a los habitantes bajo aquella espesa negritud ignorando, como yo ahora, la existencia del sol ausente. Este invierno va a ser duro, lo presiento. Lo está siendo ya desde hace casi un año. Se me clava en el pecho el aire que entra por los rincones húmedos y me viene a la memoria el colchón empapado de la niñez donde acurrucaba tembloroso mi inocencia cada noche buscando el consuelo de un calor desconocido que sólo se revelaba en el sueño. Ese mismo que acaso alguna vez presentí recostado en tu nube, deslumbrado por esa esquiva mirada tuya de arcoíris y contraluces resbalando por mi espalda. Llueve y desde la ventana ya nada queda libre de ser reflejo tenue de la calle mientras los coches pasan vacíos, escupiendo en las aceras con sus hisopos de liturgia fantasmal. Alcorques rebosantes de desprecio y arrogancia. Este invierno está siendo especialmente largo y triste. Huele al cartón mojado de la indigencia y escuece como los dedos dormidos de frío frente a los escaparates de guantes de cuero. Sobre las nubes de café que guardo en mi bolsillo imagino un sol deseoso de poner color a mis arcoíris de papel, y así entretengo en la barra del bar mi ansia por escapar del invierno. Rechino y mis dientes tiritan. No, no quiero sentir la lluvia, no quiero que la lluvia me moje, no la quiero hoy. Necesito, ahora, sobre mi piel urgente, otra primavera imposible.”
... la intervención prosigue. Intento abrir los ojos. El vaho que sale por mi boca se congela en la mascarilla. Me duelen los dedos de los pies y la nuca. Siento mi ritmo cardiaco cada vez más lento. Temo lo peor. Apenas puedo gritar: [¡enfermera!].
Muero.
"
"Este gesto del invierno hacía mí,
frío y aplicado.
Sí, hay algo en el invierno
de la medicina tierna.
De otro modo, cómo de repente,
de la oscuridad y el tormento,
la enfermedad confiada
le dirige sus manos.
Oh amable, seguí con tu brujería,
de nuevo rozará mi frente
el beso santo del anillo helado.
Y es cada vez más fuerte la tentación
de encontrar el engaño con la confianza,
mirarle los ojos a los perros,
abrazar los árboles,
perdonar como jugando,
y habiendo perdonado
perdonar todavía a alguien,
confundirse con el día invernal,
con su óvalo vacío,
ser siempre para él
su matiz pequeño.
Reducirse a no existir,
para implorar detrás de las paredes
no una sombra mía sino la luz,
por mí tapada.
En qué me diferencio
de la mujer con la flor
o de la muchacha que ríe
y juega al anillo.
¿Y el anillito no llega hasta sus manos?
Me distingo de la habitación con el empapelado,
donde estoy sentada sobre el final del día
y la mujer con los puños de cibelina
aparta de mí su mirada arrogante.
Cómo compadezco su mirada altiva,
y temo, temo espantarla,
cuando ella se inclina
sobre el cenicero de cobre
para sacudir la ceniza.
¡Oh, Dios mío!
Cómo le compadezco,
su hombro, su hombro deprimido,
y su cuello blanquito y fino,
que siente calor bajo las pieles.
Y temo que de repente comience a llorar,
que sus labios griten terriblemente,
que esconda las manos en las mangas
y que las perlas golpeen el suelo. "
Bella Ajmadúlina
Invierno
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