“Sais-tu pourquoi un visage, un geste, vus du train qui s’arrête à la fin du voyage... reviennent un jour te visiter et te dire de leurs lèvres sans voix le mot qui peut-être aurait pu te sauver?”
(“¿Sabes por qué una cara, un gesto, vistos desde el tren que se detiene al final del viaje… vuelven un día a visitarte y a decirte de sus labios sin voz la palabra que posiblemente habría podido salvarte?”)
Álvaro Mutis
La primera de las notas decía:
“…depuis ici là-haut toutes les vagues me semblent égales et l'océan rit de moi chaque matin. Je lance des pierres pour entendre son gémissement et elles sont avalées. Mais les bouteilles non, il ne peut pas avec celles-ci, ils restent sur la surface jusqu'à ce qu'ils disparaissent sur l'horizon. Il est dans ce moment quand je me sens connecté avec l'autre bord, bien que déjà presqu'il ait oublié ce qui existe dans elle…”
(“… desde aquí arriba todas las olas me parecen iguales y el océano se ríe de mí cada mañana. Lanzo piedras para oír su quejido y se las traga. Pero las botellas no, no puede con ellas, permanecen en la superficie hasta que desaparecen en el horizonte. Es en ese momento cuando me siento conectado con la otra orilla, aunque ya casi haya olvidado lo que existe en ella…”)
Andar a la deriva en busca de un destino es la epifanía de un previsible naufragio. Emprender esta travesía de forma deliberada –si ello fuera factible-, o intentar evitarla, no mitiga las consecuencias, acaso las empeora. Deduzco que solo puede ser una isla, desierta o no, –quizá siempre la misma- el origen, etapa o desenlace lógico de tal viaje, o todo ello a la vez. Esta conjetura me sugiere una consideración cartográfica, una temporal y una conceptual. La primera se resuelve en la esencia del movimiento que dibuja la trayectoria tras una meta, de traslación, de rotación o, incluso, de su ausencia más absoluta. La segunda es la red de densidades posibles en las que todo lo que sucede adquiere suficiente apariencia de continuidad como para ser o dejar de ser de una manera coherente. La tercera, más categórica, establece que el orden, trayectoria y momento de los acontecimientos no modifica lo sustancial, que cada vida es a la postre un tipo de naufragio ineludible. Anaïs Nin:
"Aller sur la lune, ce n'est pas si loin. Le voyage le plus lointain, c'est à l'intérieur de soi-même."
("Ir a la luna no es ir tan lejos. El viaje más lejano es al interior de uno mismo.")
Aparentemente desprevenido, Charles –Bukowski- confiesa que “ninguna parte” y “apenas nada” son epílogos de “muy lejos” y “tanto tiempo”. Recapitulación introspectiva llena de sentido. Su oportuno poema representa, como es evidente, un gesto de cínica esperanza, como una nota en la botella arrojada al mar o, en su caso, a ese océano de cerveza y sexo desde donde indagar alguna respuesta que permita sobrevivir con dignidad a uno mismo:
“We have come so far and gone nowhere.
We have lived so long and hardly at all”
(“Hemos llegado tan lejos y no hemos ido a ninguna parte.
Hemos vivido tanto tiempo y apenas nada”)
De manera similar, y tras innumerables viajes, abunda en la misma idea José –Santos Chocano- quien reconoce con resignación que en su infortunio prevalece el cansancio junto a ese poso de vacío –“he vivido poco”- que queda en el fondo de su vaso repleto de vida. Adivino en todo ello un inevitable viaje de deriva a la añoranza:
“…
Hace ya diez años
que recorro el mundo.
¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!”
La nostalgia es una isla desierta. Cualquier náufrago lo sabe. Por eso yo lo sé.
Las rutinas propias del azar y de las olas, los hilos invisibles de sus corrientes, desnudan a la casualidad de su atributo de probable. Ir a la deriva bien podría obedecer a las estrictas leyes matemáticas que rigen todos los innumerables rumbos que llevan al horizonte. Cuando Henri Charrière –Papillon- decide escapar de la Isla del Diablo arrojándose al mar desde un acantilado, sobre una balsa hecha de cocos, estudia durante días y noches las furiosas olas y su ritmo y descubre que hay un ciclo que se repite cada siete y que la última no rompe contra las rocas como las demás. En ella escapa. Bien es cierto que escapar de una isla a lomos de una ola es un acto que exige valor y determinación y que refleja la necesidad imperiosa de explorarse en otros lugares donde sea posible el reencuentro. La melancolía, en cambio, no observa las olas, mira las nubes, respira cansancio y cobardía, y tiene los matices de una tristeza sobrevenida, de una desolación, de una rendición ineludible, de un ocaso.
La nostalgia puede ser el suicidio incruento de quien naufraga en el desamparo o la desesperanza.
Raramente el hombre escapa a su destino (“Che l'uomo il suo fugge di raro”; Ludovico Ariosto) y posiblemente nada lo haga, por eso acepto como obligado que el azar haya hecho llegar a mis manos varios mensajes anónimos. Cada uno enrollado cuidadosamente dentro de su botella: misma tinta, misma letra, mismo discurso. Sobre las desconocidas propiedades cíclicas de la naturaleza y las leyes que las rigen, a quienes atribuyo que todas hayan seguido el mismo camino, no diré nada. “El destino se ríe de las probabilidades” (Edward Bulwer-Lytton) y, a veces, el destino y las probabilidades se ríen juntos. Que la puerta final de esta correspondencia sea la mía constituye un hecho incuestionable. Que proceda de un náufrago, también.
En tono triste y melancólico pero claramente reflexivo el autor mezcla en sus notas la nostalgia con el cansancio y no busca, aparentemente, ninguna respuesta ajena a sí mismo. Lo imagino estudiando las olas y sus ritmos, probando la evolución de sus mensajes en el agua, mirando las botellas arrastradas por la corriente y luchando por vencer el miedo de arrojarse a ellas o de ceder y resignarse al cautiverio. Lo imagino escribiendo recuerdos y sentimientos como si fueran eslabones de la cadena que lo mantiene inmóvil y lanzándolos al mar para aligerar su peso. Lo imagino aturdido, viendo pasar los días y las noches, construyendo pensamientos para evitar la locura, y arrojándolos en la esperanza de poder atenuar así la soledad y el silencio. “La vida es leche materna de amarga viudez donde yace la esperanza” –Ion Heliade Radulescu; Epitafio (fragmento). La última nota decía:
“Estoy cansado, muy cansado… de ir a todas partes y no llegar a ningún sitio, de esta interminable y monótona sucesión de minutos y horas, días y noches, olas y nubes… de ser el único culpable y la única víctima… de arrojar botellas para que luego me las devuelva la playa. Sin que hayan sido abiertas. Harto de mirar el horizonte, desde la aurora al ocaso, en ese punto donde el resplandor de las vías se confunde con el sol, sin que aparezca mi tren. Quiero poder reconocerme de nuevo, recuperar la esperanza de saber dónde estoy y a qué distancia me encuentro de esos otros sueños que yo era. Me aterrorizan las olas y la soledad y temo que llegue el día en el que ya no sepa distinguirlas. Quiero escapar. Quizá haya llegado el momento de arrojarme desde el acantilado para no sucumbir a la nostalgia. Sí, lo haré.”
Y por primera vez la firmaba. Con mi nombre. Comprendí.
Esta mañana por fin he subido las persianas y he abierto de par en par las ventanas. Que todos los rincones se llenen de aire y de luz. He cogido mi cámara de fotos y he salido a la calle dispuesto a fotografiar a la niebla y al frío. No volveré a dejar botellas en el buzón. Wisława Szymborska (Despedida de un paisaje - fragmento):
“…
Puedo incluso imaginarme
que otros, no nosotros,
estén sentados ahora mismo
sobre el abedul derribado.
…
Una cosa no acepto.
Volver a ese lugar.
Renuncio al privilegio
de la presencia.
Te he sobrevivido suficiente
como para recordar desde lejos.”
1 comentario:
Estupenda entrada. Hace tiempo no pasaba por aquí y hoy después de tanto entre al antiguo blog de paradoxia y me recordó cuántos vuelos se gestaron desde ese archipiélago virtual.
Un placer.
Si te apetece ahora divago en Una Luz Más, un blog donde emerger desde hace ya alrededor de un año. Aquí el enlace.
https://osorniobeatriz.wordpress.com/
cliquea en cualquier título para poder leer la actividad de cada entrada.
Aquí seguimos,
hasta pronto.
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