24 de agosto de 2019

FONDOS DE ARENA Y SOMBRAS







“Miras por la ventana y apenas adivinas la realidad que se oculta bajo la superficie de ese estático oleaje de tejados y azoteas. Observas unos ojos e intuyes un mundo de profundidades y corrientes inaccesibles tras el agua cristalina de la mirada. Un mar de fondo acuna inadvertidamente a los cardúmenes que buscan en la estación o en el aeropuerto su destino común bajo el acecho de algunos tiburones... No me cabe duda, para explorar los océanos resulta imprescindible dominar todas las técnicas del buceo.” 

(Obstinación y melancolía.)







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Este verano hago algunas inmersiones en un océano con paisaje volcánico. Arrecifes, rocas, cuevas, arena, corrientes… El ordenador se ocupa de casi todo: la profundidad, el tiempo, la temperatura, la reserva de oxígeno y me avisa si asciendo muy rápido o si he de realizar alguna parada de seguridad antes de subir a la superficie. Yo solo he de vivir el momento presente, respirar sereno, disfrutar el placer de la ingravidez y el silencio, la belleza de una luz y una naturaleza sobrecogedoras, dejarme llevar por la corriente, ser acunado por el mar de fondo, olvidar… y soñar. 


Máximo es mi efímero compañero de buceo de hoy, aparenta 70 años e insiste en el hecho de ser florentino antes que italiano. Quiere que nos tuteemos en el idioma que hemos inventado. Cuando le comento que he venido para conocer el coral negro y me ha sorprendido su color verde claro, él me asegura que en su país hay un coral blanco que en realidad es marrón oscuro. Marco, nuestro divemaster francés, asiente con la cabeza. La indiferencia del océano en cuestiones cromáticas es asombrosa y equiparable a la del tiempo respecto de él mismo y creo que, de alguna manera, ambos -segundos y olas- podrían tutearse como distintas manifestaciones de un mismo acontecimiento. 


Reparo ante la inmensidad del azul y su belleza y lo supongo carente de cualquier tipo de urgencia. Que su espuma acaricie la roca deshaciéndola, lenta e inadvertidamente, para depositarla en el fondo en forma de arena se me antoja una metáfora de la vida misma. Sin prisa. A veces, pienso, lo que nos erosiona aparenta ser tan insignificante que no alcanzamos a comprender ni dónde radica su fuerza ni dónde nuestra vulnerabilidad. 


Os cuento todo esto mientras ceno en el magnífico Golden Gate, en Funchal -al lado del Palacio de San Lorenzo y frente al Banco De Portugal y la estatua de João Gonçalves Zarco-, un pez espada con banana y maracuyá, especialidad aquí en Madeira, delicioso. Los buceadores estamos condenados a viajar casi siempre solos en busca de experiencias que se encuentran bajo el nivel del mar pero sin tener que renunciar a los placeres de la superficie, por supuesto. Hace tiempo me acompañaba una persona que ha crecido lo suficiente como para estar esperando un hijo en otra vida, que no es la mía. Esta mañana, en la segunda inmersión, me he detenido en el fondo frente a una foca de casi tres metros que dormía en la arena y he permanecido inmóvil hasta que despertó y subió a la superficie a respirar. Hablé con ella de nuevo insistiéndole en lo emocionante del momento, como antaño ante los tiburones, aun sabiendo que no estaba, aun sabiendo que estará siempre. Cosas del corazón. Ahora, en la mesa, mientras ceno, rememoro a todas aquellas otras personas con quienes viajé en el pasado compartiendo mesa e ilusiones. Pero el único que me escucha en silencio está en el plato y me lo estoy comiendo. Quizá la vida sea eso también. 


Recuerdo un viaje a las cataratas del Niágara. Creo que ella tenía ocho años. Frente al torrente de agua, en todo su estruendo, yo le insistía en lo increíble que me parecía mientras ella tiraba de mi mano reclamando mi atención sobre la belleza de un perro callejero. En este agosto me encuentro en un lugar paradisiaco: sol, mar, belleza, horizonte, silencio,... ajeno a todo cuanto me rodea, tumbado con los ojos cerrados, disfruto en la soledad de mi habitación del placer de la distancia, siento su mano y entiendo a la hija de entonces. Tarde. 


Recapitulo pues, inevitable y dolorosamente, sobre todas las cosas importantes que no he comprendido mientras las vivía y decido, como Sylvia Plath, que yo tampoco volveré a hablar con dios nunca más. Pero a diferencia de ella no porque haya fracasado en un intento por suplantarlo; ¿mi razón?, el dolor que me provocan las innumerables ausencias, la mía incluida, que rebosan de mi caja de sombras y cuyo causante no puede ser otro sino él mismo. Si, al menos, dios existiera, todo este desatino tendría algún sentido. Si, al menos, pudiera expresar mi desconsuelo por tanta torpeza con la fuerza de Pablo de Rokha,... “Girando y girando sobre mi caparazón como un loco incapaz de detenerse en su celda, caracola menguante a cada vuelta, en la ilusión de que la espiral contiene un punto final infranqueable. Un átomo o un universo, qué más da. Allí, quizá, la esperanza en el reencuentro o en otra oportunidad. Lo reconocible me abandona, pierde la nitidez o adquiere la cualidad del delirio dejando a su paso la sombra de lo inexistente, lo inútil, lo innecesario o lo hueco. No me escuches, conciencia, déjate llevar por la embriaguez y cede al olvido. Déjate morir de odio e impotencia, duerme para poder despertar de nuevo: 


Ya no habito el sueño de nadie, 
Ninguna música evoca mi recuerdo, 
Temo que llegado el momento 
La muerte olvide buscarme. 

Mientras, en este rincón 
Donde escondo mi anonimato, 
Pienso con certeza 
Que ya nunca se pronunciará mi nombre. 

Juego a ser feliz 
Sin molestar a nadie 
Doblegándome 
Al tiempo y a las olas. 

Sin prisa.” 

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Carpe diem





"¡No me hieras! -clamó una ola a otra- 
¿Por qué siempre me zahieres? 
Déjame en paz. 

Yo a nadie ofusco 
pero soy arrastrada. 
El mar nos colma y 
toda rebeldía es inútil. "

Juhan Liiv 
(Olas)



2 comentarios:

Beatriz dijo...

Estupenda narración F. Javier. Siempre que paso por aquí encuentro un oásis expresivo. Nunca me ha atraído el buceo, incluso el agua en abundancia me aterra, pero percibo cómo lo vives tú con esa plenitud envidiable.

Un placer tu espacio.

Saludos

Nube azul dijo...

¡Que post ! La foto del caballito de mar, es tan bella que no puedo parar de mirarla, sus colores, su elegancia... El vídeo hace que viva lo que yo no puedo vivir, pero si he vivido.
La belleza que trasmites a través de tu mirada y narrativa es magnífica, no puedo describirlo. Me llena de emoción.
Gracias por compartir .
Mi admiración y gratitud.
Nube azul

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