"De lona y níquel, peces de las nubes,
bajan al mar periódicos y cartas.
(Los carteros no creen en las sirenas
ni en el vals de las olas, sí en la muerte.
Y aún hay calvas marchitas a la luna
y llorosos cabellos en los libros.
Un polisón de nieve, blanqueando
las sombras, se suicida en los jardines.
¿Qué será de mi alma, que hace tiempo
bate el récord continuo de la ausencia?
¿Qué de mi corazón, que ya ni brinca,
picado ante el azar y el accidente?
Exploradme los ojos, y, perdidos,
os herirán las ansias de los náufragos,
la balumba de nortes ya difuntos,
el solo bamboleo de los mares.
Cascos de chispa y pólvora, jinetes
sin alma y sin montura entre los trigos;
basílicas de escombros, levantadas
trombas de fuego, sangre, cal, ceniza.
Pero también, un sol en cada brazo,
el alba aviadora, pez de oro,
sobre la frente un número, una letra,
y en el pico una carta azul, sin sello.
Nuncio -la voz, eléctrica, y la cola-
del aceleramiento de los astros,
del confín del amor, del estampido
de la rosa mecánica del mundo.
Sabed de mí, que dije por teléfono
mi madrigal dinámico a los hombres:
¿Quién eres tú, de acero, estaño y plomo?
-Un relámpago más, la nueva vida."
Rafael Alberti
Pamplinas
"Me agarro al cabo con fuerza intentando mantener el equilibrio mientras la embarcación salta como un caballo salvaje. La costa se pierde a lo lejos en el horizonte tras cada ola y la corriente y el viento nos alejan del punto de amarre. La respiración y los latidos se vuelven audibles atenuando el ruido del viento sobre la cara. Mascarilla, aletas, botella abierta, … Entonces, antes de saltar al agua, intento detener el tiempo unos instantes, respirar profundo con el abdomen, tengo que ahorrar esfuerzo y aire. Se adivina un agua turbia y poca visibilidad, lo más seguro en estos casos, me digo, es desplazarse agarrado al cabo que rodea el exterior de la embarcación. Nuestro guía da las últimas instrucciones al grupo y designa a los compañeros, pero no se le oye con nitidez: "bajad despacio por el cabo y permaneced en el fondo hasta que estemos todos". Las olas escupen su espuma salada hasta la boca, nos miramos, ha llegado el momento. No, no hay miedo. Sé por experiencia que en estas condiciones la profundidad es el lugar más seguro. Además, el miedo es el peor compañero de inmersión, te hace consumir demasiado aire, cansarte, poner en peligro la vida de los demás y, en el mejor de los casos, impedirte disfrutar del placer que hay en esta experiencia casi sobrenatural de ingravidez y silencio. Es mi turno. Me arrojo al agua lanzándome de espaldas como quien se deja caer en un abismo, enseguida me dirijo a proa en busca del cabo de amarre. La visibilidad es escasa y al llegar encuentro a los demás apelotonados intentando mantenerse sujetos, entonces me alejo del peligro buscando la profundidad y allí espero, acunado por el mar de fondo, la llegada de mi compañero de inmersión.
A muchos esta escena les parecerá angustiosa. Ya de por sí el miedo a no poder respirar lo es. Cosas del instinto. Cuando la naturaleza se muestra violenta se hace más evidente aún nuestra gran vulnerabilidad. Un medio adverso para el hombre capaz de activar los mecanismos de un estrés que es necesario controlar. La adrenalina disminuye nuestro campo visual, aumenta nuestro consumo de oxígeno, pone en marcha mecanismos endocrinos y metabólicos orientados a la huida o a la lucha y nos impide pensar con nitidez. Todo ello configura un panorama muy peligroso en el buceo. No dudo que también lo sea en otras situaciones. De alguna manera podríamos considerar que esta actividad representa un tipo de terapia conductual encaminada a entrenarse en la evitación o el control del miedo. Sus claves son: un adecuado conocimiento de la técnica y del medio, cierta experiencia y entrenamiento, la capacidad para abstraerse y concentrase de forma metódica en cada paso, ser riguroso con las reglas, vivir intensamente el momento presente y mantener una actitud placentera. Silencio, ingravidez, relajación, un paseo, entre seres asombrosos, en paisajes inverosímiles, dejándose llevar por las emociones hasta olvidar que se está buceando. Como un paseo en coche cuando la conciencia se traslada al paisaje.
Os cuento todo esto por dos razones. Una es que la mampara de mi ducha imita un cristal empañado, lleno de gotas de agua. Al mirar a su través se produce un efecto lupa que amplifica y deforma la visión del cuarto de baño. Por alguna extraña razón mirando a través de una de ellas, hoy, me ha venido a la cabeza ese mismo efecto cuando se produce en las gafas de buceo y se me han disparado los recuerdos. La cabeza es así de caprichosa.
La otra razón es que encuentro un cierto paralelismo entre el manejo del miedo en el buceo y su manejo en esta pertinaz pandemia, por un lado, y entre la deformidad que se provoca en la realidad cuando se observa a través de las gotas de agua y la que provocan los medios de comunicación.
Que el 98 % de las personas con COVID-19 se curan por sí solas no lo digo yo, lo dice Larry Corey, máximo responsable de la investigación farmacológica contra el coronavirus en EEUU. Aunque aún es pronto para cotejar datos, sabemos que la gripe estacional afecta cada año entre un 10 % y un 20 % de la población mundial, causando alrededor de 3 a 5 millones de casos graves y entre 290.000 a 650.000 muertes en todo el mundo (datos de 2018). La fiabilidad de los datos está en consonancia con la fiabilidad de los políticos y los países, por lo que es muy difícil saber si alguna vez conoceremos la verdad de las cifras. No es lo mismo fallecer DE coronavirus que hacerlo CON coronavirus. La gripe estacional se acerca y el batiburrillo de virus y de complicaciones no hará sino evidenciar más aún las carencias que tenemos como país y cuyos responsables prefieren hacernos ver lo culpables que somos de que todo esto suceda mientras ellos velan por nuestra salud. Las noticias van dirigidas más a crear un estado de opinión propicio a la obediencia ciega que a informar con criterio. Hay que mantener suficiente cantidad de miedo circulando como para que nadie se salte las normas que cada minifundio va improvisando. Bajo el telón de fondo de la consabida economía, con su crisis, sus parados, sus inciertas y mal repartidas consecuencias, la realidad se deforma lo suficiente como para no ser reconocible. La mirada sigue estando dirigida a una vacuna milagrosa, cuando la evidencia demuestra que lo único que funciona contra este virus es la inmunidad. Mejorar la situación inmunológica de la población, más la de riesgo, debería de ser prioritario. El confinamiento es una medida política, el aislamiento respiratorio lo es médica. Encerrar a personas sanas no es sano, impedir que los niños jueguen juntos tampoco lo es. Prohibir a los ancianos ver a sus seres queridos y recibir el cariño de sus nietos se me antoja que tendrá un efecto pernicioso sobre sus vidas peor que el del mismo virus.
El miedo a la enfermedad y a la muerte nos enferma y nos mata. Muchos sanitarios están de baja atenazados por el miedo incontrolable que sienten. Otros lo están porque el desprecio con el que han sido tratados a través de contratos y sueldos vergonzosos no les compensa del sacrificio personal que se les exige. Los intereses de esta hipoteca que representa el miedo son crecientes y nos despojan de lo esencialmente humano que hay en la cercanía de los demás, mientras el poder engorda su ego con la libertad que nos quita.
Respiremos profundo, dejemos que el miedo se transforme en serenidad y prudencia, no en esclavitud. Ahuyentemos el temor a la enfermedad y a la muerte, cuidemos a los más débiles y vivamos sin perder de vista una obviedad esmerilada: que la constitución y las leyes están para servir al pueblo y no para servirse de él. No hay forma de desmontar ni la incertidumbre ni la perplejidad, lo sé, pero podemos respirar hondo, con el abdomen, serenarnos y vivir este tipo de esclavitud que nos imponen los poderosos sin gastar adrenalina. El estrés afecta negativamente a la inmunidad. Tomad vit. D y vit. C, a dosis farmacológicas, Mg., Selenio y Zinc, dormid bien, haced un poco de ejercicio de musculación y purificad vuestra vida buceando en un mar lleno de afectos y ternuras. Que nada nos distraiga del placer de estar vivos. Sin miedo."