22 de julio de 2020

CIENCIA & CONCIENCIA


Khalik Allah
















"


No suelo otorgar certidumbre a la realidad por mucho que se muestre evidente, incluso la muerte certificada es a veces pura apariencia. Con el transcurrir de los años se me ha revelado que casi todo lo esencial en el hombre es y se ubica en un espacio invisible. Terreno propicio para la duda donde apenas puede uno asomarse a través de la mirada.



"Por su aspecto, aseado, agradable, afable, nadie habría deducido que la mente de aquél hombre invidente se debatiera en tales dudas: '¿Cuánto tiempo para lavar el dolor, cuánta lluvia para olvidarlo? Quizá tan solo para hacerlo soportable'..."


En mi consulta presencio en numerosas ocasiones una clara polarización, casi un conflicto vital, entre la realidad que el paciente confiesa vivir en su interior, dominando todo su tiempo y esfuerzo, y la que muestra en su vida cotidiana. Desentrañar de manera científica las claves de tales conflictos es mi trabajo y en esa intangible cartografía construyo las redes argumentales del diagnóstico clínico y del tratamiento psiquiátrico. Sin embargo, he de reconocer que adentrarme en el área donde confluyen la invisibilidad y la invidencia representa para mí un desafío tan apasionante como desalentador. Explorar al otro a través de sus ojos es una herramienta que siempre me ha parecido imprescindible para acceder a su mundo emocional.





"... Exploradme los ojos, y, perdidos, 
os herirán las ansias de los náufragos, 
la balumba de nortes ya difuntos, 
el solo bamboleo de los mares..." 

Rafael Alberti
Pamplinas (fragmento)








¿Por qué no me amas? 


Hay una versión de la realidad insidiosa, pertinaz, fría, semejante al saldo de mi cuenta bancaria. Números subiendo y bajando sus cifras a través de la superficie dentada de la contabilidad bancaria, luchando por no ahogarse, como un náufrago emergiendo una y otra vez en la inmensidad de un océano inmisericorde. 

Realidad es una palabra que me parece presuntuosa, arrogante, que hace ostentación de una superioridad impostada. Como esta moda febril que padecemos con la palabra evidencia. Si aceptamos que pueda existir un conflicto de certezas con la apariencia de lo real o lo evidente, aceptemos como mucho mayor su expresión cuando nos situamos directamente en la incertidumbre. Creo que sería oportuno definir en el futuro, si no lo estuviese ya, un espacio donde poder incluir todo aquello que es capaz de compartir en igual medida los atributos de lo real y lo irreal, de lo evidente y lo oculto. Allí me ubico y allí ubico también, sirva de ejemplo, al desamor. 

Indagar sobre el amor es un esfuerzo intelectual y emocional que ya preveo tan sugerente como predestinado al fracaso. Pero hoy no tengo nada mejor que hacer. Entro en este incierto universo, pues, disculpándome de antemano, para buscar las razones por las que no me amas, aunque bien podría resolverlo simplemente eliminando aquellas que en su día justificaron tu amor, o preguntándote. Dudo que pueda ser sencillo en cualquier caso. Para empezar, sin aún tiempo para recapacitar, ya adivino dos atributos que surgen de la alternancia existente entre ambos mundos aparentemente excluyentes, amor y desamor. Una cinética propia de la obsolescencia, que se me antoja inevitable para el análisis, y una complementariedad de los opuestos, esa que tan determinante resulta a la hora de perfilar sus esencias. Así mismo, casi de forma obligada, aparecen dos componentes más: tiempo y movimiento. El amor transitaría a través de aquel, puede que dotándole de unas cualidades ajenas a las que le otorga la física pura, trazando una trayectoria que no escaparía a la tentación de ser analizada según sus leyes. Movimiento, en suma, uniforme o no, variable en su dirección, sentido y aceleración. 

Sin embargo, a poco que nos adentremos en las leyes del movimiento de Newton, enseguida comprobamos que el amor no parece ajustarse a todos los principios de la mecánica clásica. Bien es cierto, y en esas fórmulas podríamos entretenernos, que la primera ley, llamada de la inercia, y la segunda, sobre la relación entre fuerza y aceleración, el amor y el desamor podrían encontrar ciertos paralelismos. Sin embargo, la tercera ley, acción y reacción, parece evidente que no se cumple, por cuanto el amor no genera necesariamente respuesta en el otro. Salvo que, desmontando la premisa de que el amor y el desamor sean opuestos, los reconozcamos como extremos de un mismo parámetro, como pueda suceder con la temperatura, o, más aún, consideremos el proceso amoroso como un cambio de estado de una forma de energía bajo el influjo o la acción de otras. De esta manera desmontaríamos las consideraciones relativas a su obsolescencia, pero no a la complementariedad, al tiempo y al movimiento. Esta implicación conjunta de la física, la química y las matemáticas nos posiciona más cerca de la realidad y nos permite estudiar el proceso amoroso bajo el prisma de la termodinámica. 

Por supuesto que la naturaleza del amor parece abarcar mucho más de lo que pueden explicarnos las ciencias puras. La biología engloba complejos mecanismos, de distinta índole y los sincroniza para una función determinada, casi siempre relacionada con la supervivencia. Por eso no es de extrañar que la biofísica o la bioquímica en sí mismas no sean suficientes para explicar un mecanismo biológico tan complejo. Aunque explorarlas sí que puede aportarnos una perspectiva necesaria. 

Definir el amor como un proceso según el cual un tipo de energía potencial, presente en el individuo, es capaz de transformarse en energía cinética para desarrollar un trabajo, sea del tipo que sea, bajo el efecto de una fuente de energía externa, de la naturaleza que sea, es posible que resulte un planteamiento excesivamente prosaico, pero se ajusta perfectamente a la primera ley de la termodinámica, sin excluir, ya digo, cualquier consideración respecto a la naturaleza de dichas energías y demuestra que, tal y como postula este principio, la energía siempre se conserva (Q=∆U+L; donde Q = Calor entregado, ∆U = Variación de energía interna, L = Trabajo realizado). (¿Planteo la posibilidad de que el sistema amoroso pueda funcionar opcionalmente como un sistema termodinámico cerrado o abierto, adiabático o no?) Además, me parece fascinante poder sugerir que la cantidad de energía amorosa del universo ha de mantenerse siempre constante, al margen de las variaciones que en un sentido u otro puedan acaecer en los sistemas aislados. Pero cumplir esta primera ley es insuficiente para determinar si el proceso puede ocurrir o no. Conceptualmente, y sin entrar en mucho detalle, la segunda ley de la termodinámica resulta mucho más elocuente por cuanto establece si la reacción (amorosa) es espontánea o no en función del grado de degradación de la energía que se produce en dicha reacción (entropía) y del calor liberado o absorbido a presión constante (entalpía), tal como queda reflejado en la fórmula de la variación de energía libre de Gibbs: ∆G=∆H-T∆S, donde G = Gibbs, H = entropía, T = temperatura, S = entalpía. Ya sé que parece complejo, pero un pequeño esfuerzo por comprenderlo puede ser necesario si queremos responder a la cuestión de si el amor o el desamor se producen de manera espontánea o no y en función de qué circunstancias. Observo cómo se van deslizando con cierta sutileza en el análisis parámetros como la temperatura, el volumen y la presión y ello me obliga, antes de hacer un inciso sobre las leyes de los gases ideales, a explorar el posible paralelismo entre estos y una supuesta naturaleza gaseosa del proceso amoroso. 

Para los estudiosos de las ciencias puras toda esta elucubración podría resultar excesivamente simplista, si no francamente tediosa. Lo comprendo. Para quienes se dedican al amor y sus planetas desde todos los prismas del poliédrico humanismo, un despropósito carente de fundamento. Pero creo que hay espacio suficiente para elucubrar desde los límites de la propia capacidad, con cierta rectitud, sin menospreciar a ningún otro planteamiento. Estoy seguro, esto me anima, que cualquier biofísico haría un ejercicio de reduccionismo máximo sin faltar a la verdad al afirmar que todo lo relativo al universo amoroso es fruto del transitar de los electrones, oxidación-reducción, pura electricidad. Pero aún falta mucho para llegar a este punto. 


(Fin de la primera parte)


















"El ha venido a buscarte y está aquí,
canción que te llama y quiere que vuelvas,
canción de dicha y de pesar
a partes iguales, promesa
hecha canción, promesa
de que todo será, allá arriba, distinto
a la última vez...
Hubieras preferido seguir sintiendo nada,
vacío y silencio; la estancada paz
del mar más hondo,
al ruido y la carne de la superficie,
acostumbrada a estos pasillos pálidos y en sombras,
y al rey que pasa por tu lado
sin pronunciar palabra.
El otro es diferente
y casi lo recuerdas.
Dice que canta para ti
porque te ama,
no como eres ahora,
tan fría y diminuta: móvil
y a la vez quieta, como blanca cortina
o soplo en la corriente
de una ventana a medio abrir
junto a una silla donde nadie se sienta.
Te quiere "real",
un cuerpo opaco,
sentir cómo se espesa
(tronco de árbol o ancas)
y el golpe de la sangre tras los párpados
al cerrarlos
la llamarada solar...
sin tu presencia no podrá sentir
este amor suyo...
Mas la súbita revelación
de tu cuerpo enfriándose en la tierra
fue saber que le amas en cualquier lugar
hasta en este sitio sin memoria,
este reino del hambre.
Como una semilla roja en la mano
que olvidaste que aprietas,
llevas tu amor...
El necesita ver para creer
y está oscuro.
Atrás, atrás..., le susurras,
pero quiere que vuelvas
a alimentarlo, Eurídice,
puñado de tul, pequeña venda,
soplo de aire frío,
no se llamará Orfeo
tu libertad..." 

Margaret Atwood
Eurídice




Feliz verano 2020


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