28 de agosto de 2010

PROHIBIDO REÍRSE CON ZAPATOS DE BAILE

Un hombre presencia la desgracia de otro hombre y se ríe, otro simplemente la ignora, ambos sin maldad, como una natural expresión de su lugar en el mundo.


“Creo probable que en un futuro próximo, cuando la red haya conseguido canalizar adecuadamente sus diálogos e intenciones hasta adjudicarles el espacio que les corresponde en el plano de las certidumbres, el apasionante espectáculo actual de su flujo de inquietudes podría ser menos evidente. 
En la actualidad, y situadas en cualquiera de esas caras que componen la geometría poliédrica que representa mi visión del ser humano, encuentro frecuentemente personas que se reconocen como tolerantes, incluso con idéntica argumentación, y se sorprenden, igualmente, de la dificultad que entraña poder reconducir a sus semejantes hacia esa acertada visión de la realidad en la que ellos se encuentran o creen encontrarse. Yo el primero. 
Al margen de las posibles diferencias y capacidades a la hora de acceder, percibir, interpretar o analizar la información que genera el mundo que nos rodea, por dentro y por fuera, lo cierto es que parece como si, precisando mantener altas dosis de certezas, la naturaleza humana optara por aquellos caminos que evitasen la generación de grandes conflictos personales. Para ello, o por ello, se adivina la explicación que podría justificar el porqué de tanto aislamiento con ciertos entornos, el porqué de tanta deliberada ignorancia de distintas evidencias o la humana tendencia a pertenecer a clanes de pensamientos e intereses afines.”




También podría residir allí la clave, me digo, por la cual una historia bien contada sería capaz de remover los cimientos de algunas de nuestras certidumbres. 





Es el caso de esta magnífica crónica que el escritor Roberto Arlt hace de la ejecución, el 1 de febrero de 1931, del anarquista italiano Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, en el patio de la penitenciaría de la calle Las Heras, penitenciaría Nacional de Buenos Aires hasta 1962 donde hoy está el parque, cumpliendo con la orden del entonces presidente José Félix Uriburu.

“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.
”Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
— Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:

— ¡Viva la anarquía!




— ¡Fuego!

”Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

— Está prohibido reírse.




— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.



Josefina América Scarfó, aquella que estuvo locamente enamorada de Severino, tiene hoy 86 años y el corazón muy débil. Sigue viviendo en Congreso, a unas pocas cuadras de Callao y Sarmiento, donde la Policía acorraló a Severino Di Giovanni, héroe con mala suerte, acusado de haber cometido varios asesinatos y robos. Pocas horas antes de que fusilaran a su amado, Fina Scarfó -en esos cinco minutos de despedida que le otrorgaron- le susurró: Severino, seré tuya para siempre.

1 comentario:

Paloma Corrales dijo...

Tienes razón, magnífica la crónica, se visualiza y se siente cada detalle... gracias por compartir historia.

Un beso.

Ps. a ver si hoy entra mi comentario, el otro día estuve viendo el video sobre el escpticismo y no conseguí que funcionara. Por cierto; qué interesante.

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